16 septiembre 2006

TRIBUTO A LA SOLEDAD XIII ¿Aún crees que tenemos algo en común?

De pequeño aprendí a llevar como escudo la mentira, a ocultarme en el laberinto del engaño. Por eso aquella absurda manía de corromper la verdad, de sabotearme a mí mismo, de ponerme una mano frente a los ojos y hacer como si no viera nada, como si todo estuviera siempre bien. Qué tremenda tontería. ¿Cuántas veces no te habré engañado impunemente, casi por inercia, hasta reclamarme a toda hora la traición a la confianza cometida?, ¿cuántas veces nos volvimos enemigos en la obsesiva tarea de mostrar quién de los dos podía someter finalmente al otro?, ¿cuántas veces dijiste “no pasa nada” con tal de no romper aquel encanto en el que vivimos, ese limbo donde permanecíamos inermes a las caricias?, ¿cuántas veces gozaste con la imprudencia de mis celos acumulados, o cuántas los provocaste premeditadamente para hacerme sucumbir en tus naufragios? ¿Cuáles fueron los motivos por los que dejamos de asistir a esa isla rodeada de anhelos, a ese amor predilecto albergado en algún lugar de nuestros corazones? ¿En qué momento la idea del amor eterno se convirtió en ese infierno de contradicciones que soslayó el respeto y la confianza que en un principio nos prometimos? Vamos, ayúdame a responderme estas preguntas, a sanar mis dudas y atar mis cabos sueltos en esta entrañable historia. No sé qué puedas pensar al respecto. No sé si te consideres dentro de esta aventura compartida. No sé si en la completa soledad te gane la añoranza, si todavía extrañes entregarte al ser amado por completo... ¿Aún crees que tenemos algo en común?

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