15 septiembre 2006

TRIBUTO A LA SOLEDAD XII Una última esperanza

En la soledad doliente del domingo, aquí estoy, desnudo, sobre las sábanas solitarias de esta cama donde te deseo. Veo tu cuerpo, sus contornos se reflejan en el espejo, el cuerpo que quiso ser ávido territorio de mis besos. En ese cuerpo lleno de recuerdos, añorando una desbordada pasión, peleando la supremacía de sudorosas batallas en sueños, en largas noches de risas y quejidos, guardamos silencio luego de un placer intenso. Veo tus pechos que acomodo alborozado en la palma de mi mano, que aprieto como pájaros pequeños en jaulas de cinco barras, mientras una flor se te enciende en la frente y suspende su dura corola contra tus dulces carnes. Veo tus piernas, largas y lentas conocedoras de mis caricias, que giran rápidas y nerviosas ante los impulsos profanos, frenéticos; ante la necesidad suprema de poseerte. Nos abrimos paso en el sendero de la perdición, rozamos otras pieles entre sueños, pero en la realidad nos come una abrupta incertidumbre. Te veo y no te estoy viendo, eres una imagen de mi inconsciente, un holograma hecho de evocaciones pretéritas, en este vacío donde se perpetúa tu ausencia involuntaria. Llueve copiosamente sobre mi cara, y sólo pienso en tu amor lejano, mientras cobijo con todas mis fuerzas una última esperanza.

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