17 enero 2010

Fragmentos a la deriva III



Una soledad buscada llega a instalarse con los minutos perplejos y en las gaviotas hay un entusiasmo inédito; agitando sus alas proclaman la naciente mañana.

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En el verdor de la parcela se adivinan ya entre los nutridos arbustos los primeros frutos de la cosecha, las primeras flores coloridas de una planta que ha sobrepasado las expectativas y se ha elevado airosa ante un cielo despejado de dudas o sequías, creciendo más allá de lo esperado y trayendo perfumes tersos en sus aromáticas resinas.

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Los números cabalísticos nos ponen los nervios de punta; nos predisponen a las excusas más descabelladas, a escondernos tras los pretextos menos coherentes. Creemos en su influjo sólo por no dejar de creer en algo, sólo por darle gusto a la supersticiosa estrategia de alejarnos de las fatalidades sentimentales y no tentar a la mala suerte en los terrenos del romanticismo. 

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Nos retractamos de lo dicho sin culpa alguna; sin el menor remordimiento nos damos a la tarea de aplazar los esfuerzos de vernos reconciliados y gastamos ingenuamente la energía de la que carecemos en el simple capricho de escondernos en el interior acorazado de nuestros miedos y nuestra desconfianza burda.

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La ausencia nos doblega, nos va ganando en la contienda de los afectos y los derroches de cariño sólo perduran en la esfera de los momentos eternos. Añorando una felicidad efímera nos limitamos al goce de lo cotidiano.

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Sumido en las profundidades del vacío, estiro las manos sudorosas que husmean entre sombras de un reino perdido. La voz cansada del “superyo” se rinde ante las atrevidas resoluciones del “ello”. Una promesa queda postergada entre los labios abiertos, en el paraíso recuperado a fuerza de sobresaltos, con el riesgo de quedar convertido en fragmentos a la deriva.

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Un sol amigable nos absuelve del intenso frío de las mañanas y nos reanima desde la médula de los huesos; nos arropa cálidamente para dar el salto proverbial hacia lo no hecho; fuerza que nos insta a realizar las hazañas que en días nublados no nos atrevemos y a romper de tiempo completo con las cadenas del siniestro miedo.

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