24 junio 2009

Crónica de un extravío

Apunto la dirección donde será la reunión de la revista Erotana y salgo de mi casa con la prisa de siempre. La calle a donde me dirijo se llama Huatabampo y queda a dos cuadras del metro Centro Médico.

En el camino voy leyendo Trópico de Cáncer, del irreverente Henry Miller. Es una novela aderezada de frases gloriosas, cuya historia me resulta anecdóticamente divertida. Salgo a la superficie y camino buscando el número. Por fin doy con el 175, donde toco el timbre del interior 4 y sin preguntar quién es, me abren la puerta.

Camino por el pasillo oscuro hasta el fondo sin reconocer muy bien el piso. Llego a las escaleras y volteo, veo a Luis, quien de inmediato me saluda y me invita a pasar.

Adentro sólo está el vocalista y guitarrista del grupo Melandrolia; los demás aún no han llegado. Lo saludo y platicamos mientras esperamos que llegue Edgar, quien ha ido a buscar a su novia Reneé.

Los demás de plano parecen haberse olvidado de la reunión, así que descartamos su llegada y entramos de lleno al tema de las colaboraciones para el próximo número de la revista.

Entre el amor y la muerte, con la escritura como música de fondo y el diseño de nuevas formas de expresión, se va mejorando la propuesta del segundo número, que se dio a conocer apenas el pasado viernes en un lugar llamado la Buhardilla, el cual, según me dicen luego, no fue al final de cuentas el espacio más conveniente para la presentación.

Resulta ser que el dueño, molesto por la hora y por la cantidad de gente que había, pidió que siguieran consumiendo o de lo contrario cerraría su negocio.

Ese día, yo de plano me perdí en el camino. Ya saben a lo que me refiero. Fue imposible encontrar el lugar, pregunté en una galería, en un restaurante, en la esquina de un sitio de taxis y nadie supo orientarme un poco siquiera para salir de mi extravío.

Se me ocurrió ir entonces a preguntar en el Atrio, espacio cultural en donde se presentó el número 1 de Erotana, y en donde conocí a los que se encargan de hacerla posible. Sin embargo, allí tampoco encontré a quien me pudiera dar su ubicación precisa.

De vuelta en casa, tomo la revista en las manos y empiezo a hojearla con una curiosidad que raya en el morbo. Vuelvo a leer impreso lo que mandé por correo electrónico y, aunque suene raro, me reconozco en esas palabras que aparecen escritas debajo de mi nombre.

La colaboración fue publicada en las páginas centrales, a la derecha de un fragmento de Herman Hesse. Traté de conservar la brevedad, por lo que a Edgar le pareció acertada la idea de ilustrarla con una imagen complementaria.

Me hubiera gustado que tratara sobre el amor, pero el texto que envié lo escribí una tarde mientras se despejaban mis ideas y repasaba mentalmente el concepto de Sigmund Freud: el ello, el yo y el súper yo; instancias en donde se funda el comportamiento humano y todos nos reconocemos finalmente, como la suma de cuerpo, alma y espíritu.

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