15 septiembre 2006

TRIBUTO A LA SOLEDAD VIII Si fuéramos reales

Si lo que nombramos tuviera cabida en el mundo, me atrevería entonces a nombrar al amor y sería un nombre limpio, sin amarguras ni recuerdos; entonces me atrevería a asegurar que aún existes, que por fortuna aún tengo a mi alcance tus manos, tu sonrisa, y que no hay nadie en el mundo si me besas aunque nuestro abrazo se pierda entre la multitud.
Si se volviera real este sentimiento, no tendríamos que atravesar la incertidumbre de la pena que nace del desamor, que es siempre más triste que el olvido. Pero si fuéramos reales, no tendría miedo de que la silla o la mesa fueran más reales que el amor, o que un poema o una fotografía acabaran con su sentido. O que no pudieras olvidar mi torpe traición de ayer, mi pasado silencioso y violento.
Tal vez así nada nos mataría este amor mío, si fuera completamente real lo que decimos. Las tardes se han vuelto largas y tristísimas y sólo me salva el saber que estás ahí, en ese cristal que existe ya dentro de mi alma, aunque el dolor sea como un lago en el que me purifico para salvarme.
Cuando sea real, cuando haya atravesado el infierno de mi alma, no temeré haberte causado daño un día, ni temeré tanto a la muerte; seremos transparentes y no nos deberemos nada, ya no necesitaré oír tu voz para saber que existes y ya no vacilaré a cada momento por ti en la orilla más solitaria de la creación humana.

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