20 noviembre 2009

Fragmentos a la deriva





Ante la escasa inspiración, nos tomamos la libertad de plasmar lo que nos venga en gana, de proclamar el ritmo insensato de otras palabras, de otros mensajes que tomen formas diversas para indagar en el baúl de los pensamientos y ordenar con más o menos suerte, las piezas de un brumoso rompecabezas. 

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No es fácil llenar un espacio en blanco, porque es más que sólo un espacio, es toda una gama de sensaciones, ese cúmulo de recuerdos memorables que pueblan la imaginación al pensar.

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Hay quienes no se saben afortunados de estar vivos. Pasan todo el día quejándose de los sinsabores de la vida, de los desperfectos que anteponen a la dicha enorme de abrirse a la existencia sin reclamos, desde el instante matutino en el que damos nuestro primer respiro.

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Nos obligamos a cumplir nuestras palabras, a cristalizar la fuerza de voluntad en nuestros actos y a escapar del abismo hondo de las apatías; de la desinteresada forma de mirar correr la vida, sin involucrar nuestros ánimos en el cumplimiento de nuestras promesas atrevidas.

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Una amistad basada en el interés tarde que temprano termina agrietándose en el discurrir de mutuos halagos que se intercambian por compromiso. Mustia entrega que acaba fastidiando incluso a quienes gozan de un ánimo siempre cordial y compartido.

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Sentir un palpitar en el cuerpo junto a otra persona, se vuelve una exigencia. Amar otra vez es la puerta de entrada a una dicha enorme que no quisiéramos abandonar de nueva cuenta.

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Vivaz presencia, voz acaramelada, esencia cálida que se antepone a la mirada fija. Rostro de ave en la eterna búsqueda de la libertad perdida. Espíritu húmedo de transparencias rozagantes bajo el semblante de las medianías.

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Tenemos una identidad definida, pero cuando actuamos diferente, se rompe la atmósfera cotidiana de la vida. Si algo puede acabar con la tranquilidad es desconocer si nuestros actos en verdad confirman quienes pretendemos ser.

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La risa es el regalo de los dioses, anhelo concedido de mofarse de uno mismo, de obsequiar una sonrisa total y rotunda, como símbolo de la esencia virtuosa de una vida, llena de simplezas y equivocaciones, de vacíos y gratitudes, de humildad y asombro continuo.

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Los juramentos pierden credibilidad en la rústica esfera de lo espontáneo; allí se cambia de parecer cada cierto tiempo, se ajustan sin esmero las prioridades a largo plazo y se intercambian los motivos para darle paso a la desidia, mientras el valor de la victoria consiste en no darse por vencido.


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Volvemos a despertar al júbilo de antaño, a portarnos como simples niños, aceptando la capacidad de asombrarse en cada quiebre, en cada respiro. Una alegría contagiosa nos recorre el cuerpo en las vísperas de otro año nuevo. Desechamos males y nos llenamos de bendiciones y buenos deseos.


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