19 septiembre 2006

CARTAS AL VUELO VII La palabra puerta

Tener noticias tuyas es como abrir una ventana. Enterarme de algo más que desconocía a través de lo que me cuentas es impagable. Es como dar marcha atrás a los bellos instantes que tuvimos y lanzarse a los recuerdos buenos donde está el amor, donde estás tú, con las grandes lealtades y las grandes traiciones.
Gracias a la movilidad imaginativa de la mente es impresionante la facilidad de revivir y ampliar el pasado tanto como se quiera. Es ahí donde está lo que uno pudo hacer y no hizo, y también lo que uno pudo no hacer y sí hizo, es decir, la encrucijada en la que los caminos elegidos fueron desafortunados.
En la película que pasa frente a mí se proyectan escenas inquietantes; se muestra cómo habría sido nuestra historia si se hubiera tomado el otro rumbo, justo aquel que quedó descartado... Los grandes espacios en blanco son por lo regular episodios de abatimiento, que en otra acepción también son provechosos.
Usualmente, luego de soportar las repeticiones de la permanencia involuntaria, suspendo la función y pienso que el camino elegido no fue tan equivocado y que acaso, si se presentaran las mismas situaciones, la elección sería la misma. Con variantes, claro. Con menos ingenuidad, por supuesto. Con más templanza, por las dudas.
En los últimos tiempos antes de la obligada separación, todo sucedió tan atropelladamente, en medio de tantas tensiones, rodeados por tantas implacables urgencias, por tantas decisiones a tomar, que no había ni tiempo ni ánimo para la reflexión, para pensar y repensar sobre nuestros pasos.
Ahora sí hay tiempo, demasiado tiempo, demasiados insomnios, demasiadas noches de estar soñando con tu sombra. La tendencia natural es preguntarse para que sirve esta meditación tardía, atrasada, anacrónica, inútil. Y sin embargo, sirve.
La ventaja de este tiempo baldío es la posibilidad de madurar, de ir conociendo los propios límites, las propias debilidades y fortalezas; de ir acercándose a la verdad sobre uno mismo, de no hacerse ilusiones acerca de objetivos que uno nunca podría lograr, y en cambio, aprontar el ánimo, preparar la actitud, entrenar la paciencia, para conseguir lo que algún día sí puede estar al alcance.
En estas peculiares condiciones, voy desmenuzando lo que quise y lo que quiero, lo que hice y lo que haré. Sí, tener noticias tuyas es como abrir una ventana, pero entonces me vienen unas ganas casi incontenibles de abrir más ventanas y, lo que es más grave (qué locura), de abrir una puerta. Y ésta, me contempla férrea, cruel, durísima, sin hacerme ninguna promesa ni darme ninguna esperanza y siempre cerrándose en mis narices.
A veces tenemos con nosotros la respuesta esperada, pero no siempre es suficiente porque pareciera que no podemos cambiar los hechos de la vida. Yo sé que para llegar a ti es imprescindible traspasar la palabra puerta.
Sin embargo, pareciera que estoy condenado a ver las espaldas de esa puerta, su lomo hostil, inexpugnable, concretísimo, pero no tan sólido como un buen argumento o como una buena razón.
Tener noticias tuyas es como abrir una ventana, pero quizá no sea aún como abrir una puerta. Si repito la palabra puerta es porque una puerta significa, literal y metafóricamente, muchas cosas.
Cuando está cerrada es la clausura, la prohibición, el silencio, la rabia contenida. Si se abriera (no para un recreo, sino para todos ellos) sería la reparación de las ilusiones perdidas; de los olores, de los sabores, de los sonidos, de tu imagen clara y del tacto libre para recorrerte.
Sería por ejemplo, la recuperación de tus brazos y de tu boca y de tu cabello. Pero para qué darle vueltas a una cerradura que no cede, que se ha vuelto inconmovible. A pesar de todo, no me dejo vencer, organizo una campaña anticlausura, te escribo cartas considerando los pros y los contras, donde sigo autocensurándome pero soy más osado; o mastico breves monólogos como éste que ni siquiera garantiza exorcizar nuestros males.
Aún así, tenemos derecho de jugar al futuro y, por supuesto, en ese juego de azar siempre nos guardamos un naipe bajo la manga, o reservamos un jaque mate que no malgastamos, sino en la gran ocasión donde es requerido.
Por eso, los matices más destacables y positivos de esa campaña, son el poder hacernos promesas, el poder darnos esperanzas (no las increíbles y triunfalistas, sino las austeras y verosímiles), o el poder imaginar que abrimos la puerta al mismo tiempo para encontrarnos nuevamente.

CARTAS AL VUELO VI De mi parte

Esta noche estoy solo por lo que puedo reflexionar mejor. Aprovecho para escribirte porque hay luna llena, que es como un bálsamo que siempre me tranquiliza. Resuelto a hacerte señas desde este páramo, se desprenden estas imprudencias, arriesgándolo todo, poniéndolo aquí en blanco y negro, descartando la posibilidad de platicarlo, porque ya no puedo llevarlo a solas.
Es curioso. Cuando uno está intensamente enamorado e imagina que, por algún motivo, puede sufrir una decepción, piensa que no aguantará, que eso sería sencillamente insoportable. No obstante, puede llegar a serlo. Al menos yo lo he soportado.
No niego haber pasado momentos de desesperación, en los que el resultado es una larga jornada de evocaciones multiplicada por miles de días. Sin embargo, el cuerpo pareciera ser más adaptable que la voluntad. Es el primero en acostumbrarse a otros horarios, a otras posturas, al nuevo ritmo de sus necesidades, a su nuevo hacer y su nuevo no hacer.
Si tienes una pareja, verás que es un intruso que poco a poco se va convirtiendo en interlocutor. Lo difícil es cuando las prioridades no coinciden, cuando el otro te contagia las suyas, o tú le contagias las tuyas. O también puede ocurrir que se oponga resueltamente y esa resistencia origine un choque verbal, un enfrentamiento.
En esos casos, la condición de estar inconformes exacerba los ánimos, hace pronunciar agravios irreparables que enseguida agudizan su significado por el mero hecho de que la presencia del otro es obligatoria y por tanto inevitable.
Es entonces cuando esa compañía que se vuelve embarazosa y tensa lo deteriora a uno mucho más, y más rápidamente, que una absoluta soledad. Por eso, uno se desacostumbra para no caerse en pedazos, para no derrumbarse, aunque luego, la reconciliación aparente ser inadmisible.
Yo creo saber lo que poseo, pero me cuesta trabajo entrar en los pliegues de esta historia, en las carencias que me conducen directo al desamor. Y es que sólo nos limitamos a dos respuestas posibles, aunque bien sabemos cuántos matices puede haber entre una y otra.
De modo que no tengo respuesta a ningún cuestionamiento tuyo, sencillamente porque carezco de tus preguntas. Pero yo sí tengo algunas que, dicho sea de paso, no te formulo para no tentarte a que (en broma, o lo que sería más grave, en serio) me digas: “ya no”.
¿Será que la mujer, para mantener firme su amor, precisa, más que la existencia, la presencia física del hombre? No es un secreto ni una revelación. No lo había comprendido, pero lo confirmé cuando vi en tus ojos complacientes la dimensión de nuestra derrota, que no será total, pero es derrota.
Aunque temo que debo confesarte que pese a mi capacidad de adaptación, ni mi cuerpo ni mi ánimo se han acostumbrado por completo a tu lejanía porque hasta hoy, no necesito esforzarme en armar un biombo para pensar en ti.
Siempre hay momentos del día, en que tus recuerdos me zarandean y todas tus imágenes se concentran en tu cuerpo y en el mío haciendo el amor. Aunque eso no siempre me hace bien porque pasa a ser una constancia dolorosa de tu ausencia; o de la mía.
Cuando recapitulo, nos veo en un silencio a dos voces, pronunciando lacónicos monosílabos para llenar nuestros encuentros de pretéritos mutuos donde no hay nada que explicar; donde las manos deseosas pueden andar sin palabras, y llegar a ser elocuentísimas al remolcar su convoy de sobreentendidos.
Primero disfruto en el vacío. Gozo angustiosa y mentalmente. Luego me deprimo y como consecuencia del desaliento ando cabizbajo. Así que para salir a flote me obligo a incorporar otras reminiscencias que también nos atañen, que son tan valiosas y decisivas como el roce de nuestros cuerpos.
Cómo me gustaría caminar por las calles que recorres, para tener ahora algo en común contigo... Sabes, quizá debería borrar esta última frase, por pensar que estoy dolido acaso, de alguna extraña manera, por culpa tuya.
Con la franqueza miserable de verte a través de los barrotes de un amor ajeno, me siento estrujado, perdido. Como jadeante, pero sin jadeo. Como si me viera desde lejos en un escaparate, y mi propia imagen fuera la de un maniquí, que para hacerlo más ridículo, únicamente le hubieran dejado puesta una corbata.
Si la frase sobrevive, te darás cuenta cómo añoro esa suma de circunstancias que nos mantenían juntos. Yo mismo me asombro de no tacharla, aunque si para ti es un vano intento que no debiera sobrevivir, no te preocupes. Sólo date besos y besos, de mi parte.

18 septiembre 2006

CARTAS AL VUELO V Siempre hasta el final

Asimilando la dulce verdad de mis dolores, encuentro tus rasgos inamovibles, conservados casi intactos por el curador más experto de todos; por el pensamiento obsesivo de tenerte conmigo, a todas horas, justo aquí, en el ardor de mis pasiones.
Puedo sobrevivir a cualquier clase de penurias tan sólo con evocar tu voz; esa es mi cura, esa es la esperanza que perdura aunque de mi se vayan los minutos, las horas y los gratos momentos que pudimos haber pasado juntos. Sé bien que el amor no tiene cura, que no hay quien escape a este bendito mal; eterno maleficio, embeleso compartido, desahuciada terquedad.
Si no te hubieras ido tan pronto seguiría acariciando la idea de hundirme en tu cabello, esperando un mordisco tuyo que se hundiera en mi piel adormecida; pues cuando te fuiste me dejaste en ascuas, con el espíritu oprimido, con las ansias de verte a todas horas y en todos mis caminos.
Vislumbrando la silueta de tus senos, quiero palpar las consecuencias últimas del acto amoroso, hasta cumplir la paradoja de ser dos en uno; zarandear el aliento de nuestra mortalidad, hasta que se nos escapen las fuerzas gozosas que nos mantenían en un nudo metafísico; vibrando fusionados en toda su cabalidad.
Tiene tanto que no se de ti; tan sólo unas largas horas, un ocaso de ayeres removidos, unos días que terminan en vigilia. Los instantes en que te extraño se amontonan en una pila enorme, con el último de ellos en la punta de la cima, conservando a la distancia un perfecto equilibrio.
Si la ilusión de vivir de amor es real, si perdura la convicción de que se aprehenderá, ningún sacrificio que se lleve a cabo podrá acabar con su naturaleza, pues el verdadero amor trasciende el apego y lo único realizable en la sensatez de esta fascinación locuaz, es seguir enamorados, siempre hasta el final.

CARTAS AL VUELO IV Sobre todas las cosas

Retraído de lo mundano, dando vueltas y con el pecho palpitante, sigo extrañándote a cada rato sin que lo sepas, en espera de la noche en que llegarás. No me desalienta saber que tal vez pase mucho tiempo, pues merced a la tenacidad que exigen las grandes hazañas, dejarás de ser la que se fue, y serás la mujer venida a mi corazón, desde las lejanías hurañas de otro continente.
Pero te pido que me escribas, necesito encontrarte en el goce de las reveladoras palabras, saberte tan cerca como cuando apareces en mis sueños más inquietos y lucho en los reinos de Morfeo para no despertarme, para retener esa imagen tuya, para no dejarte ir de la onírica obsesión de sentirte a mi lado mientras duermo.
Regálame una pizca de tu tiempo, deja que el ocaso caiga en la candidez de tus ideas, hasta perderte en la lógica difusa de los eternos enamorados y luego déjame permanecer allí, resucitando en la soberana forma que tienes para afrontar las pasiones, sin padecer los efectos del arrepentimiento.
Eres insistente ante mis más hondas divagaciones, pues de algún modo estás ahí, rondando mi espacio terreno como si a lo lejos me vigilaras, como si intentaras seducirme entre murmullos. Eres la raptora de todos mis recuerdos, dueña del conjunto de mis arrebatos y merecedora de las muestras de mi afecto. Deseando a cambio sólo uno de tus delicados besos, mi ruego es un ápice del placer apurado donde me uno a ti surcando los confines del inusitado firmamento.
Lo que falta aún, las certidumbres que nadie sabe, las piedras preciosas que perduran encapsuladas en algún lugar, continuarán mostrando el lado oculto de la adoración y reverencia que ahora profesamos, en espera de una combinación probable, del cruce azaroso donde un mismo destino sea el eje de nuestros caminos. Entonces me tendrás tan cerca de ti como lo desees y yo te amaré sobre todas las cosas reales o inexistentes.

CARTAS AL VUELO III El acto más involuntario

La mejor manera de llenarnos de momentos dulces, es volcarnos hacia atrás; ese es nuestro único recurso para reencontrarnos, para rescatarnos y contarnos con nuestras propias palabras cómo fue lo sucedido. Llenando páginas que mucho antes estaban en blanco, vamos recuperando la gravidez casi exacta de lo que se fue formando desde aquella merecida tarde en la que nos conocimos. Como decía Milan Kundera, la vida está en otra parte; la nuestra está ahora en estas palabras, pero no hay que olvidar que nomos seres humanos, y que nosotros aunque somnolientos, estamos llenos de ellas y también estamos hechos de suspiros. Amor surgido desde lejos; así entiendo a este extraño sentimiento como el elixir humeante de los abandonados que miran los contornos de la luna, sin juramento alguno, mas que el de concebirse en el cedazo de su piel. A mis noches sin ti les sobra lecho; pensar lícita o ilícitamente siempre y cuando seas tú el motivo, es lo que me vuelve eterno. Me he enamorado de una mujer inconveniente, no sé si deba callarlo, pero me atrevo a escribirlo con todos sus bemoles, y sigo pensando en el escenario idílico en que yo pudiera tenerle. Habitas en el territorio de los más bellos sueños; de ahí vienes y de ahí te vas; ese es tu ombligo, el origen que debieras compartir conmigo, y dejarme algún día volver a besarte en el recuerdo socavado, como la primera vez y por mil veces más, hasta alcanzar a tatuar su centro inacabado. Cuando transeúntes y amigos me hablan de ese ánimo increíble y deseado, de esa pasión transfigurada en la propia piel, en absoluto me parece detalle trascendente. En cambio, no me cuesta trabajo aceptar que hablar a todos de ti, se me ha hecho el acto más involuntario desde que conmigo ya no estás.

CARTAS AL VUELO II Hoy pasé por tu casa

Hoy pasé por tu casa, pero no había nadie; nadie respondió a mi llamado; sólo los parajes, senderos que tú y yo descubrimos en nuestras nocturnidades, me hablaron de lo que fuimos y me dieron su pésame mientras caminaba ensimismado.
Cada calle por donde pasé me dio señales, me convido de sus quiebres nostálgicos, y paso a paso, del amor que siento por ti me fui yendo convencido. Sin pasar por alto lo que escribo, la metáfora de tu recuerdo anda un largo trecho, enarbolada en el lado más incierto del destino; imaginación trastocada que se instala como sombra a cada rato; alucinado en cada parpadeo me voy viéndote conmigo.
Hoy pasé por tu casa; me hubiera gustado que bajaras, que me abrieras la puerta y nos enlazáramos inquietos; para recorrer juntos, bajo su magnánimo cobijo, el manto de estrellas y quimeras. En el párvulo intento por apresar lo pasajero, te siento muy cerca, porque al ver las fotos de nuestros serenos momentos, me entero que siempre tienes una pose distinta; perfilada con humores níveos, con el corazón henchido hacia el cielo en el vaivén de las horas marchitas. Al fraguarse un nuevo desvelo, invoco tu rostro y en mis ojos se disgregan las tinieblas.

CARTAS AL VUELO I Estás tan lejos que te quiero más

Hablo. ¿Hablo con quién? Contigo, conmigo. Hablo con todo lo que me rodea. Pero hoy escribir cuesta mucho. Todo se resuelve hablando por teléfono. Cuesta mucho menos mover la lengua que la mano.
Hablo contigo esperanzado, sabiendo que no vendrás. No vendrás hoy. No lo has dicho, pero no te espero y sin embargo cada ruido me conmina a tu presencia. Espero verte entrar en cualquier momento. Pero no, estoy seguro que no vendrás. Lo repito para ver si el encantamiento de la palabra hace nacer en ti, donde estés, el deseo de venir a verme.
Sé que no es que no me quieras, pero tampoco me quieres tanto. No me quieres ni me dejas de querer. Ni siquiera me quieres un día y dejas de quererme al otro para volver a quererme al siguiente. A veces me pongo a pensar que haces eso premeditadamente, que lo haces para desesperarme y que te quiera más.
Tú, que no sabes cómo te quiero y que si lo sabes no te quieres dar por enterada. Ni me das importancia, ni me la dejas de dar. Me abandonas entre dos aguas, entre dos corrientes contrarias que me tienen prisionero desde el primer día. Tú, que me dejas adivinar sin asegurarme nunca que lo que imagino es cierto.
Acaso sí, acaso no. Infranqueable. Y aún así te quiero. Te quiero, desasido. Si por lo menos hablaras por teléfono y oyera tu voz. Te quiero y estoy contento de que lo sepas. ¡Quién me lo habría de decir, cuando nos conocimos, que eres como eras! Tan llena de vida, segura de ti, yendo hacia la meta con los ojos cerrados y sin darle importancia a los obstáculos.
Te quiero y me tienes atado hablando así contigo como si estuvieras ahí delante de mí, con la sensualidad contenida en una sonrisa. Te ríes de mí. Me dejarás cualquier día porque sí o para irte con otro y yo me quedaré solo. Voy por la calle como por mi casa.
Lo único que deseo es sentarme en esta butaca y esperarte. Me gusta el cine sí, pero contigo. Con tu mano en la mía nada más. El cine porque está oscuro y no nos pueden ver unidos. Y luego a bailar. A dar vueltas, atado a ti. Desmadejados por la música. Arrullados por ella, al vaivén del aire que la lleva.
Sintiendo tu peso en contrapeso del mío para girar. Girar, girar. Como si nosotros fuésemos el centro del mundo. En nuestro mundo chiquito que empieza donde empiezas tú, y acaba donde acabo yo. Ya ves, me conformo con que me eches de menos.
Te espero sabiendo que no vendrás. Voy a hojear un libro para no leer y recordar, acaso mi niñez libre y alegre. Tan sólo imaginando que tú vendrás y lo borrarás todo, a pesar de tu desgana, de tu desinterés por lo que no sea tuyo, de tu honda lejanía. Estás tan lejos que te quiero más por eso, horizonte mío, tibio amor. Ven a mí, tan extrañada mía, ven ¿no me oyes?, ven, yo aquí me quedo.

17 septiembre 2006

CURSOS Y DISCURSOS V Elogio a la palabra clara

Más allá del fantasma de la guerra, del colapso de la economía mundial o de los desastrosos avances de la ciencia, está el ser humano. Él es el instante donde existen la pasión, el deseo y la mismísima revelación de la muerte. De él, surge el intento de atrapar la esencia de ese instante; el único capaz de enriquecer su existencia por medio de la palabra.
Puesto que cada cosa, sólo existe realmente cuando se le nombra, la palabra es identidad, pues define la existencia y la reafirma. Es origen y testimonio de los acontecimientos.
En todo tiempo y lugar la palabra es el soporte, la razón, los motivos y las consecuencias de cada hecho, así como de sus protagonistas. Ella da fe y anima al espíritu que la divulga.
Su maleabilidad multiforme hace posible las tantas maneras de acercamiento e integración con nuestra esencia y nuestro entorno. Principio de comunicación y entendimiento, su fuerza y significado conducen la certeza de entregarle a la vida estímulos plenos para el disfrute de cuanto somos. En consecuencia creamos códigos, imágenes e historias.
Como sucede con los conceptos del bien y el mal, de la santidad y la perversión, de la plenitud y el vacío, nos sumergimos en el placer de acariciarla para, en el momento del éxtasis, tomar de ella su verdad última. A tal punto que sin proponérselo se sitúa como la explicación suprema. Incluso se vuelve objeto de adoración pues nada sucede sin su consentimiento.
Pero no siempre se logra conseguir la misma fuerza del instante perdido. A veces, las palabras también se niegan; se tornan esquivas mientras nos empeñamos en arrancarles la piel. Sólo así se explica la diversidad de su naturaleza y también su complejidad. Principio de principios; la palabra es clara y nítida, pero también confusa y críptica. Sin embargo, dedicarse a la palabra hasta convertirse en su artífice, moldeándola para informar y recrear la experiencia del conocimiento, de la sensibilidad; es a la vez un goce y un privilegio porque al tiempo que la palabra alivia o cura, en todo caso equilibra, restaura y procura una emoción tan placentera, tan básica y definitiva como aquel otro goce que se hace posible al convocarlo desde el ocaso para enarbolar la descendencia.
Y aquí está la palabra, aquí sigue, justo cuando las diferencias que propicia la globalización son cada vez más abismales, a pesar de sus fórmulas de felicidad ilusoria e instantánea.
Palabra amor, palabra placer, palabra dolor, palabra creación, seminal y uterina, palabra obra, la mayor invención de la especie desde su creación, el logro supremo engendrado en el caldo primigenio, durante una gestación ancestral y aún en incesante marcha.
Cuando la voracidad del poder y sus reacciones en cadena parecen ya el fin inevitable. Cuando la aritmética de la avaricia se propaga convirtiendo a las personas en meras cifras de un banco de datos y, lo único que cuenta, son los signos de nuestra degradación.
De allí que no tengamos ninguna alternativa distinta a la de vivir creando gracias a la palabra. Palabra puente. Palabra hombre. Palabra mujer. Palabra obra, la más divina de todas, con cuyos atisbos se logra rasguñar la eternidad y abrir un surco en el tiempo de piedra. Lo único real entonces, es la necesidad de afianzarse en el mundo con la consistencia asombrosa de las palabras.

CURSOS Y DISCURSOS IV Páginas de una bitácora de vuelo

Nos hallamos, qué duda cabe, en tiempos difíciles; la mayoría de las novedades literarias resultan predecibles, efectistas o apantallantez; producto de una manufactura fríamente calculada; una literatura ampulosa y reiterativa, en la cual antes de tomar la pluma ya se ha planeado todo el marketing.
La divisa actual en la que gira todo el mundo es la especulación. Las editoriales están jugando a la bolsa de valores y sólo deciden apostar por algún título cuando saben que la brújula de las ventas se halla inclinada hacia su lado.
Pese a todo ello, los PÁJAROS DE HISPANOAMÉRICA sacuden las alas, obtienen una milagrosa elevación y se alejan de burdos intereses y consabidos esquemas editoriales.
Descritos sin petulancia, no con humildad ni sencillez, sino más bien con notable modestia, los pájaros que se remontan en estas páginas trazadas por AUGUSTO MONTERROSO, tienen como destino llegar a la máxima cúspide, es decir, a las manos de los lectores que quieran aventurarse en su última bitácora de vuelo.
Incursionando en el género autobiográfico, el contenido es una miscelánea de relatos ingeniosos que dan testimonio de las amistades y afinidades del autor con personajes como Julio Cortázar, Ernesto Cardenal, Luis Cardoza y Aragón, Alfredo Bryce Echenique, entre muchos otros escritores de nuestra lengua.
Desde las primeras líneas del prólogo, el autor advierte que los textos reunidos en su libro no son retratos; ni siquiera bocetos o apuntes, sino tan sólo los rasgos de ciertas huellas que algunos pájaros han dejado en la tierra, en la arena o en el aire, y que él ha recogido y ha tratado de preservar.
Como es natural, en los recuerdos que privilegia, hay tanto de él como de los pájaros a los que alude. Fiel a esta idea, atrapa con singular estilo el diseño multicolor de su plumaje y, sin entretenerse en la trayectoria aérea de ninguno, logra confeccionar instantáneas que forman parte de sus más cordiales encuentros.
En el índice, apunta el oficio de cada uno de ellos de la siguiente manera: Ernesto Cardenal, poeta; Manuel Scorza, novelista; pero también Juan Rulfo, fantasmólogo; Julio Cortázar, mago; Carlos Illescas, palindromista; José Durand, maniatólogo; Jorge Luis Borges, cabalista; César vallejo, moridor.
El apartado dedicado a Borges comienza con la confesión de que al descubrirlo le chocaba. Cuenta, más adelante, cómo cambió su opinión inicial acerca de él hasta llegar a sentir una gran admiración: “Debemos a Borges el habernos devuelto, a través de sus viajes por el inglés y el alemán, la fe en las posibilidades del ineludible español”.
Las experiencias y memorias que aquí se dan cita, nos acercan a través del discurso anecdótico, a los protagonistas de la literatura hispanoamericana, pero sobre todo a los afectos y simpatías que el narrador guatemalteco guardaba en el pecho.
Al final de la publicación, AUGUSTO MONTERROSO se denomina ornitólogo, y nos conduce a lo largo de sus exploraciones, descubrimientos, debilidades y manías, e incluso, nos proporciona la alegría de haber sentido las mismas vivencias; otras veces, nos demuestra lo ignorantes que somos, pero sobre la marcha nos va dando las armas para acercarnos con gozo a los desafíos de su labor.
Adivinamos allí a un hombre de nuestro tiempo; sereno al cabo de sus angustias, cauteloso sin llegar a ser jamás conservador. Un hombre de pequeño tamaño pero de gran estatura, cuyas líneas están hilvanadas en un tono humorístico y nostálgico, donde cada experiencia se convierte en materia memorable. La reunión de estos pájaros de naturaleza literaria representa, en el cambiante ámbito cultural, una feliz polifonía.

CURSOS Y DISCURSOS III El vertiginoso flujo inspirdor

Cuando el escritor se queda pasmado ante la hoja en blanco, deja de confiar en sí mismo, y en muchas ocasiones, recurre al alcohol como detonador de las ideas que le ayuden a soltar la pluma. Por tal motivo, las letras y las bebidas etílicas siempre han estado unidas en una especie de amasiato.
Porque bien se puede disfrutar del vertiginoso flujo inspirador que provoca el vino en la sangre, mientras se espera a la llamada MUSA, esa voz que parece estar fuera de toda conciencia, pero que alimenta la creación de la palabra que hacía falta o del verso que se negaba a florecer.
Saborear con el paladar atento y distinguir los matices del vino al probar el vodka, el coñac, el brandy, el whisky o incluso el tequila es, para muchos, la vía que permite llegar a la inspiración, al momento único donde la MUSA va dictando las frases con asombrosa exactitud, como si ya se conocieran de antemano.
El alcohol es la llave maestra: abre los párpados de la euforia, desata la inventiva y tonifica los residuos del talento. Es la playa simbólica que ampara a quienes se sienten náufragos de la letra; pero por otro lado, también puede ahogar al bebedor insaciable en el abismo de las alucinaciones.
Y es que se puede beber al estilo “bont vivant” de Alfonso reyes o del último Juan José Arreola, que tomaba Bas Armagnac; o se puede perder el control hasta terminar en la calle con la mirada extraviada y la botella abrazada cual hijo pródigo. Entonces, el alcohol aniquila los encantos del paraíso y de la entrada a un territorio de gratas evocaciones se cae a un pozo de irreversibles consecuencias. Escritores de la talla de Graham Green, Roal Dahl, o Jean Francois Revel hicieron del alcohol una fiesta de los sentidos. Francois Billón gustaba de los placeres tabernarios. Baudelaire y Jean Lorrain, por su parte, se sumergieron en universos mágicos al ritmo del ajenjo o “hada verde”, opiáceo cuyo principal saborizante es el gusano de madera.
Personajes como Bukowski o el infortunado Parménides García Saldaña también forman parte del rebaño de los encandilados, quienes bebían como para quitarse una sed rezagada.
Lamentablemente, muchas veces la bebida en exceso consume los talentos: Edgar Allan Poe llegó al delirium tremens al igual que Dylan Thomas, quien acabó sus días en la “White horse” de Nueva York.
Proust, ya con fiebre mortecina, pedía a Odilón, el marido de su sirvienta Celeste Albaret, que fuera a conseguirle jarras de cerveza al Ritz. Mientras que Georges Bataille buscaba perderse en la borrachera, en donde encontraba los hilos de la trasgresión.
Otro ejemplo es el de Truman Capote, quien se convirtió en un hombrecillo que perdía la elegancia al quedarse dormido y orinado en los elevadores. En el caso del británico Malcom Lowry fue el mezcal y sus fantasmas los que al final se encargaron de extinguirlo.
El recuento de los escritores aficionados a los licores es incontable. Lo cierto, es que resulta imposible soslayar su ambivalencia; el alcohol es una ráfaga que provoca alegría o el huracán que hunde en el desencanto, pero gracias a él muchos escritores han celebrado a la musa inspiradora y han creado obras en cuya atmósfera se manifiesta el espíritu representativo de una época.

CURSOS Y DISCURSOS II Cuando la vida es una novela

Para nadie es un descubrimiento que muchos consideren a García Márquez su escritor favorito. Desde las reinas de belleza en los concursos de Cartagena hasta los grandes conocedores de literatura, lo han repetido tanto que ya se ha convertido en un estribillo desde hace tiempo.
Tal vez por eso, al Nobel se le vea siempre en su nicho de celebridad y a todos sus amigos incondicionales les parezca común ubicarlo allí. Sin embargo, esa costumbre ha prevalecido desde el día en que publicó CIEN AÑOS DE SOLEDAD hasta hoy, porque responde a la condición rarísima que tienen sus libros, los cuales se jactan de ser a la vez éxitos en ventas y buenas piezas de literatura.
Suele ocurrir en el ámbito editorial que un libro se venda mucho sin volver a repetir la hazaña; o en su caso, que se vendan satisfactoriamente varios títulos de literatura “barata” de un mismo autor. Pero bueno además de popular, sólo García Márquez.
Gabo, como se le comenzó a llamar en México cuando era una joven promesa que pocos conocían, acude a dar un paso más en la creación de lo que bien pudiera ser su monumento definitivo.
Cuando la vida es una novela y lo menos que se puede hacer es contarla, García Márquez vuelve a publicar. Condensada en más de 500 páginas inolvidables, la autobiografía del escritor colombiano se perfila como un libro de culto al llegar a manos de sus lectores.
Con el lanzamiento de VIVIR PARA CONTARLA, publicada por la editorial Diana, culmina su gran trayectoria al despertar una efervescencia, una curiosidad e incluso una expectación de gozo que muy pocas veces se ha dado en el mundo de la literatura.
Se trata, ni más ni menos, de algo que está por encima de lo que cualquier escritor de nuestro tiempo nos puede obsequiar. Con esta obra, el Gabo nos ofrece un ramillete de imágenes y de anécdotas que forman parte de la leyenda que él mismo ha edificado a su alrededor.
Después de humedecer con los dedos la última página, la suma de sus recuerdos nos permiten situarnos al lado del autor hasta ser cómplices en esa travesía de acontecimientos, los cuales burlaron los incontables obstáculos que trataban de impedir su destino como hombre de letras.
Vayamos cuanto antes a escudriñar sin remordimientos el mítico pasado de su vida documentada que hoy se abre lleno de momentos pretéritos renovados por el prodigio de la memoria. Quienes seguimos su itinerario refrendamos con admiración la magia evocadora que su último libro contiene.
Aunque el estribillo parezca ya tantas veces repetido, García Márquez ocupa el lugar más importante de la lengua castellana y habrá que esperar seguramente otras épocas para tener con quién medirlo en su justa dimensión.

CURSOS Y DISCURSOS I Ante la multitud de libros prescindibles

Un paseo aquí y allá por las grandes librerías para poder hojear las novedades editoriales del momento, puede presentarse como un grato recorrido aún cuando el visitante no haya comprado ninguno de esos libros, ni pretenda hacerlo jamás.
Pero ante la creciente multiplicación de libros disponibles en el mercado, ahora se ha vuelto más sencillo elegir los miles de volúmenes que servirían de combustible en caso de una crisis energética, que seleccionar los diez libros que uno llevaría como compañeros a una isla solitaria.
Es tal la variedad de temas que los ojos encuentran, tal la controversia que suscitan muchos de esos títulos prescindibles, que no sería descabellado pensar en que hubiera una clasificación en la cual se dividiera los libros entre los que deben leerse, por un lado, y los que deben evitarse, por el otro.
Oscar Wilde escribió; “Quien escoja en el caos de nuestros modernos programas los CIEN PEORES LIBROS y publique la lista de ellos, hará un verdadero y eterno favor a las generaciones futuras”.
No es necesario decir que los burócratas de las instituciones culturales que escuchan el nombre de Wilde como una lejana molestia, han rechazado la sugerencia de tallar en piedra las palabras anteriores, y se han negado a colocarlas en la entrada de todos los edificios bajo su autoridad.
Y tampoco es necesario hacer notar que, hasta ahora, ningún crítico cizañoso ha estimado importante trazar el árbol genealógico de las lecturas estéticamente prescindibles y nocivas o simplemente aberrantes. Como tampoco se ha emprendido una lista de “LA MAYOR BASURA IMPRESA DESDE LOS TIEMPOS DE GUTEMBERG”; la cual tan sólo supondría el reverso de la discutible encuesta de “LOS MEJORES LIBROS DEL MILENIO”, que con tantos bombos y platillos llena las páginas de publicaciones periódicas.
Sin duda, dichas clasificaciones serían de mucho provecho para las indecisiones de los lectores, pues les quitarían la pesadumbre de lo que aún no han hecho, para vivir con el gran alivio de saber lo que no debe importarles.
Así, incluso si persistieran en la idea de no comprar ningún libro, saldrían de las librerías agradecidos de saber que se pueden ahorrar la molestia de cansar la vista en páginas insustanciales y, lo peor de todo, innecesarias.

16 septiembre 2006

TRIBUTO A LA SOLEDAD XVIII En la memoria de los cuerpos

De la penumbra despertamos al deseo, al brusco intento de remover las cenizas del pasado y guarecer el alma en el mejor engaño a nuestras conciencias; en aquel reducto prometedor llamado amor.
Sospecha incierta de retomar una vía distinta a los sinsabores de una existencia plana, ennegrecida, frustrada de anhelos eternos. Destino cuasi indiscreto a las sinuosidades del pudor, en el acto piadoso de entregar nuestras quimeras al intruso angustioso de las sospechas.
Porque ya los astros se han configurado una vez más a favor, mientras seguimos subestimando lo que sentimos. Creyendo que el amor es siempre distinto, nuevo, mejorable y hasta cierto punto perfectible. Confesión ahogada en el fondo de los pensamientos, sujeta a cambios imprevistos.
En la simplicidad de una feliz coincidencia nos mantenemos unidos por un lazo delicado, hecho de nuestras voluntades y nuestros aciertos en situaciones como ésta, donde complacemos los señalamientos ineludibles de la excitación que nos eleva, de la súbita pasión de la que ahora hacemos gala de nuevo.
Me alienta el saberla cerca, pero me inquieta despertar y no verla. Quizá porque desde mis sueños aparece, la siento a mi lado, pero no puedo verla aún; se va de mí o viene y apenas alcanzo a convencerme de que hago lo correcto si acudo hacia ella con la más desnuda de las razones, con la voz queda en su oído alerta, con el cuello desprotegido a las caricias otorgadas, con el sexo al descubierto; humedecido y complaciente ante el arrebato inquietante de consumar al unísono los primeros ruidos de la madrugada.
Con las ansias de sentirnos dueños del otro, en el intento de constatar que hay todavía algo inédito en nosotros mismos. Algo que no acaba de suceder por el simple hecho de detenernos, de frenarnos, de envolvernos en el manto de roces, rasguños y mordidas.
Comienza en esta historia una nueva vida. Renace el hambre de reconocerlo todo. Su piel, su enigma de mujer; perfil de fémina satisfecha de retozar en una cama compartida sin prisas. Con las horas contadas, pero con el despojo de nuestras prendas, acariciando los segundos perplejos que se quedan guardados en la memoria de los cuerpos.

TRIBUTO A LA SOLEDAD XVII Un suplicio de entrega mutua

Nos entregamos de nuevo a nuestras necesidades más básicas, al hecho de no sentirnos solos en las noches, con la cama lista para ser compartida y las pupilas dilatadas, propias del encuentro placentero que sostenemos a la luz de la luna: nuestro único testigo. Entre sueños me veo contigo sentada en las piernas, besándonos en el momento más incierto, enseñándonos a ser amantes con el alma y con el cuerpo, sin las palabras innecesarias y con aquella complicidad que nos pone a salvo de cualquier exigencia de pareja. Sólo nuestros movimientos parecieran ser más elocuentes, con la presteza necesaria para dejarnos sin aliento, en caso de querer hablarnos entre ecos repetidos que anuncian el entendimiento más absoluto de nuestros cuerpos. Con mi lengua rozando levemente tu nuca y tu cuello, me abro paso a tus secretos, a todas las posibilidades de merecer el placer de verte mover las caderas tan intensamente como aquella vez que dormimos sin importarnos el transcurrir del tiempo, y la noche fue un suplicio de entrega mutua; un dar sin titubeos ensayados, sin orgasmos fingidos y gritos acallados. Nos postramos en un letargo cuando completamos el rito, mientras te miraba y no podía creer tenerte descansando así, a mi lado, con tus piernas rodeando mi cintura y mis manos buscando el dulce fruto de tus senos. Bañado en ese aroma tan denso y sutil, tan tibio y terso, recibo la dicha vehemente del acto de transpirar un goce de los dos, sin disimulos, sin ningún tipo de reparos. Solapamos nuestra avidez de devorarnos, de sentirnos atraídos por la electricidad contenida en nuestras manos, amigas fieles que nos ayudan a saciar nuestra sed al sorprendernos gozando en cada célula, justo antes de recibir la descarga indescriptible de otro orgasmo. Te das cuenta de que te excitas al máximo cuando te imaginas reflejada en mis ojos, con la piel y los pezones erizándose al mismo tiempo. Más tarde, te vistes con la premura de saber que llegarás demorada a tu casa. Te he raptado hasta mis aposentos, sin la temeridad de ser descubiertos ya, sin la espontánea medida de cubrirnos entre mimos y halagadoras recompensas. Antes de la despedida, te tomo por detrás y te imaginas que todo ha sido un sueño.

TRIBUTO A LA SOLEDAD XVI Nos encerramos en el amor

Tu negativa inicial fue el pretexto para seguir de filo sin hacer más preguntas. Yo continué aferrado a tu cintura, con el aliento entrecortado, el calor a flor de piel, las manos recorriéndote los senos. Seguí hasta contagiarte de la misma intensidad, de la calentura de nuestros vientres unidos por los sexos.
Con la agitación en el pecho y la prisa por vivir el momento más placentero. Con el teléfono desconectado para evitar la más mínima de las interrupciones. No descansé hasta lograr la sima de las pasiones, el gozo inequívoco de estrechar tu cuerpo y acoplarme a él. Tú subías y bajabas lento y luego más rápido, de un lado y del otro, hasta sincronizar un mismo movimiento, una misma secuencia, un mismo espacio y tiempo; la gustosa tarea de poseernos sin reparos.
Primero fue la blusa, que salió disparada junto con el sostén debajo de la cama, luego el broche de tu pantalón cedió, el cierre también, hasta que de un empellón logré que te bajaras la tanga hasta las rodillas y me enfilé a penetrarte con la más honda de las ternuras, pero también con una lujuria desconocida, con una firme erección dilatando tus húmedos labios, a los que, reconozco, me hubiera gustado saborearlos y darles forma con mi lengua.
Te imagino pidiendo más, o suplicando calma si aumento el ritmo de las embestidas, concentrados en perpetuar cada instante, cada gemido, cada silencio obligado. En tu frente perlada de sudor te adivino poseída en un trance hipnótico, fascinada y con los pechos totalmente erguidos.
Así, nos encerramos en el amor, como si fuera un nicho, una guarida donde la tarde oscura se eclipsa en tus ojos, donde la prudencia se quebranta con el doble deseo que nos fusiona hasta mecernos como un navío, suave como un cauce que serpentea, sin saber dónde, pero sabiamente.
Quema y arde una vez más el amor entre tus muslos. Huelo el olor distinto de tu ser que se devela, percibo la esencia erótica de las gotas de perfume que rociaste detrás de tus orejas. Luego, aliso tu cabello, y te hundes en mis brazos.

TRIBUTO A LA SOLEDAD XV El tiempo nos pone a prueba

Todos los días nos encontramos al pie de las sorpresas, por eso es preciso convencerse de que los atardeceres cambian siempre de sitio, que las gaviotas se dispersan hacia otros horizontes, que mi corazón te está buscando como la hormiga que recorre distancias y se mete en la boca de la manzana.
De la góndola del sueño surges tú, y voy hacia tu encuentro, incendiada, te veo como un salmo que vuela por los aires en la orfandad que no cesa; agitas la campana de plata que incita al guardián de los enamorados, y con la verdad en los ojos tropezamos al frente de la puerta iluminada.
Te me pierdes repentinamente, te alejas como un barco en la neblina; es preciso pagar un rescate de adalides para poder besarte en la garganta, de mis manos durmiendo en tu cintura fatigada, una tempestad atraviesa el sendero de tus párpados y surgen las estrellas a la vista de todos; el mito de saberte mía es como un guante sin medida, como un colibrí que me acecha con el batir de sus alas, y nos pertenecemos al amparo de un tulipán nocturno ensimismado. En la túnica amatoria todo sucumbe...
Empieza entonces la desbandada de tu sombra, que se desplaza por el viento raso como una mariposa enamorada. Alimentado en ti, permanezco custodiando la niebla de tu cuerpo para recuperarte al día siguiente, a la orilla del sueño; catedral que nos conduce al resquicio de hacer eterno lo pasajero, aunque ya nada pueda volver a ser lo mismo, pues se ha violado la inocencia de la noche.
Los sollozos en derredor estremecen los corazones, pues se esconden detrás de cualquier quicio los inquisidores. Será necesario conjurar la palabra amor sobre las puertas, detrás de los ladrillos, en todos los rincones yermos, en cada una de nuestras fronteras. Ven, ayúdame a insertar en lontananza un manual de fórmulas para ahuyentar la tristeza de mis cielos. Ahora, que el tiempo nos pone a prueba.
Y cuando el futuro se te haga insoportable o el dolor de la soledad arraigada te despierte, estaré preguntándome en qué sitio amanece tu estela; serán noches largas y mis palabras se te harán visibles cuando crezca la hoguera. Ahuyentando los vestigios de un confuso pasado, estaré, no sé en dónde, para conjurar nuestro próximo encuentro.
Aquí en mi vientre madurará el silencio, lo sentirás si pones el oído en la tierra. Se dormirá en tu boca. Ya no habrá ninguna excusa mía, rompiendo la mañana o quebrando el calor del medio día.
Giro para encontrarte en el eco desesperado que nos ahuyentó de sus dominios; rescoldos de lo amado brotan de la aurora, paisajes que se vuelven humo, polvo, luz; continúo clamando a solas para acudir al ensoñado océano de tu poesía, donde tus olas permanecen al acecho.
Ayúdame a no olvidarte, a seguir buscando la mirada que pusiste en mi rostro sereno, ayúdame a olvidar nuestra hermosa soledad en celo.

TRIBUTO A LA SOLEDAD XIV Para ya no olvidarnos

Ella está en otra parte, turbia e indiferente, me digo en silencio, ella no retornará por voluntad propia, al paraíso de los enamorados; estará ausente, día y noche, con el sol en su cenit y a media sombra. Taladrando con su recuerdo las paredes de mi mente, sigo divagando. Lejos quedaron los ardientes besos que nos robamos en las despedidas, pronto se disecó el rocío de sus labios que me animaban a probar su aliento delicado; con la esencia femenina que reclama su parcela, que defiende su guarida con uñas y dientes, a capa y espada, a sangre fría; atraída hasta mí por las casualidades de la nostalgia, de la abrumadora añoranza que nos provoca el insomnio, dejándonos en el hastío; los dos extrañando un cuerpo único, desnudos en medio de las ansias de tenernos, de la pasión que se enrosca y va subiendo por las piernas, que nos va erizando las ingles hasta abandonar la conciencia plena, y sentirnos tan insolados, tan mareados por un arduo e incansable sol, por un astro incandescente que nos hace sudar si nos volvemos nihilistas, que nos hace perder la cordura si no controlamos el sobresalto ante el impulso onanista, ante la necesidad sorda de la autocomplacencia. Ella está en otra parte, no la tengo y acaso no debiera interponerme a la diáfana sonrisa contenida en sus adentros, por el temor de ser una molestia más, una incomodidad que obligue al disimulo y a la indiferencia eterna, pues esta lejanía nos ahoga en la incertidumbre mutua, en el páramo de miradas cruzadas, de señales en clave oculta, de códigos en desuso, de un lenguaje caliginoso que sólo ella y yo conocemos; único secreto del cual seremos cómplices toda la vida, a menos que decida castigarme con la traición de sus anhelos y de los sueños que se oxidarán en parajes desolados. Apuesto a la reencarnación que vengará el desaliento de sus quimeras rotas, de sus dudas, de las mías, y a veces sólo sueño que nacerá un encuentro donde nos tendremos para ya no olvidarnos.

TRIBUTO A LA SOLEDAD XIII ¿Aún crees que tenemos algo en común?

De pequeño aprendí a llevar como escudo la mentira, a ocultarme en el laberinto del engaño. Por eso aquella absurda manía de corromper la verdad, de sabotearme a mí mismo, de ponerme una mano frente a los ojos y hacer como si no viera nada, como si todo estuviera siempre bien. Qué tremenda tontería. ¿Cuántas veces no te habré engañado impunemente, casi por inercia, hasta reclamarme a toda hora la traición a la confianza cometida?, ¿cuántas veces nos volvimos enemigos en la obsesiva tarea de mostrar quién de los dos podía someter finalmente al otro?, ¿cuántas veces dijiste “no pasa nada” con tal de no romper aquel encanto en el que vivimos, ese limbo donde permanecíamos inermes a las caricias?, ¿cuántas veces gozaste con la imprudencia de mis celos acumulados, o cuántas los provocaste premeditadamente para hacerme sucumbir en tus naufragios? ¿Cuáles fueron los motivos por los que dejamos de asistir a esa isla rodeada de anhelos, a ese amor predilecto albergado en algún lugar de nuestros corazones? ¿En qué momento la idea del amor eterno se convirtió en ese infierno de contradicciones que soslayó el respeto y la confianza que en un principio nos prometimos? Vamos, ayúdame a responderme estas preguntas, a sanar mis dudas y atar mis cabos sueltos en esta entrañable historia. No sé qué puedas pensar al respecto. No sé si te consideres dentro de esta aventura compartida. No sé si en la completa soledad te gane la añoranza, si todavía extrañes entregarte al ser amado por completo... ¿Aún crees que tenemos algo en común?

15 septiembre 2006

TRIBUTO A LA SOLEDAD XII Una última esperanza

En la soledad doliente del domingo, aquí estoy, desnudo, sobre las sábanas solitarias de esta cama donde te deseo. Veo tu cuerpo, sus contornos se reflejan en el espejo, el cuerpo que quiso ser ávido territorio de mis besos. En ese cuerpo lleno de recuerdos, añorando una desbordada pasión, peleando la supremacía de sudorosas batallas en sueños, en largas noches de risas y quejidos, guardamos silencio luego de un placer intenso. Veo tus pechos que acomodo alborozado en la palma de mi mano, que aprieto como pájaros pequeños en jaulas de cinco barras, mientras una flor se te enciende en la frente y suspende su dura corola contra tus dulces carnes. Veo tus piernas, largas y lentas conocedoras de mis caricias, que giran rápidas y nerviosas ante los impulsos profanos, frenéticos; ante la necesidad suprema de poseerte. Nos abrimos paso en el sendero de la perdición, rozamos otras pieles entre sueños, pero en la realidad nos come una abrupta incertidumbre. Te veo y no te estoy viendo, eres una imagen de mi inconsciente, un holograma hecho de evocaciones pretéritas, en este vacío donde se perpetúa tu ausencia involuntaria. Llueve copiosamente sobre mi cara, y sólo pienso en tu amor lejano, mientras cobijo con todas mis fuerzas una última esperanza.

TRIBUTO A LA SOLEDAD XI Un caracol llamado deseo

Le dicen dolor, le dicen parto, le llaman pecado y dicen que es oscuro, pero no es sino agua clara iluminando el cuerpo, sino frutos abriéndose en la lengua, manos hundiéndose en un caracol llamado deseo, en su roja brillantez de asombro, sueños que nos atrapan, mar que nos envenena las pupilas, azul verdoso bajo infinitas estrellas donde nos vemos distanciados por una ciudad rodeada de muros acallados.
Contemplaré nuestro amor entre las gotas de lluvia, pero es como si caminara sólo alrededor de unos ojos que no me han visto nunca; bañado de arena quedo atrapado bajo una piel delgadísima, arriba las nubes negras, la tormenta que sorteamos interpretando los signos de los dioses, somos una marca suya en la tierra, quisiéramos tocarnos cada noche insomne, si nos vemos reflejados en el agua, si somos latidos en carne silenciosa, porque estamos hechos de sal, de sudor y humo, además hemos querido penetrar desde siempre en la humedad, en la luna hendida de una entraña roja, en el eco de un latido, abrazados en un nudo de miedos, deseando ser libres, sin el llanto y la penumbra, sin sentirnos culpables ante la voz omnipresente que resuena en un cielo de pecados capitales, renegando de nuestro bautismo, con el castigo del silencio que pone a temblar nuestros labios, nos quema la lengua y quisiéramos ser el mar pecho adentro, espejismo en las calles desiertas donde la espuela del instinto nos excita el pecho, luego el cuerpo tensa fríos huesos y entonces se alejan las miradas que no se reconocen en la penumbra del último resguardo.
Acaso habrá que poner las manos sobre un rostro ajeno para inventar sus rasgos, acaso habrá que buscar otra puerta despoblada donde la lluvia sea un pretexto inútil para encontrar refugio, bajo el parpadeo de un ángel mirando por la ventana, y sentir las cosquillas en el estómago antes de entregarse por completo.

TRIBUTO A LA SOLEDAD X Tu indispensable consuelo

Te quedas sin imágenes para visualizar el mundo. No sabes con qué mecánica situar tus días. Después de la perpetua espera, es injusto el destino contigo.
La pasión y sus deseos resultan dolorosos, el cariño que una vez le tuviste se muestra ahora turbio, desatado, abrupto; detesta al mundo en acto de locura inútil, hiere a fuego lento la templanza de los halagos.
Coloco en una balanza mi espíritu y mis sueños pervertidos en una subasta. Examino los rostros de la codicia y el apetito; nuestra culpa es la defensa más cobarde al desprendernos.
¿Me devolverás tu cuerpo de hoja desenvuelta? El tiempo se desborda en los días sin oficio y a ti sólo te preocupan las noches que amoldan tus sueños.
Pero basta con encontrarnos furtivamente en la materia onírica de la que están hechos, para atraerte hacia mi piel anhelante. Aún si fuera una aparición engañosa, es para mí un privilegio, es para mí una recompensa el poder tocarte, el poder rozarte sin que puedas oponerte a mis deseos obstinados.
Pero de esta manera no se puede vivir, es demasiado anacrónica la condena, inmerecida de antemano, declarada por una voz sin cuerpo; ¿por qué lo hiciste Dios, por qué permitiste que fuera un mal actor en tus pesadillas; te desafío y clamo por los abominables excesos, por ser tu víctima sin saber cuando despertarás de ellas.
Cierro los párpados y me asfixio hasta sufrir porque eres la insulsa fantasía en la que he creído; se rompen milagrosas imágenes en mis manos húmedas de miedo.
Mi organismo amanece entre espejismos, y se piensa herido luego; se yergue –su dimensión es tu ausencia– y arroja enceguecido sus sueños a una letrina. Entonces sufre, se embelesa con las palpitaciones de una radiante hoguera –la pena–, y sufre más porque tal pareciera que no tendrá tu indispensable consuelo.

TRIBUTO A LA SOLEDAD IX Te miro ajena

Un recuerdo clarísimo se yergue inconmensurable cuando el aroma de una mujer se esparce sobre la lluvia de la vida, sobre las piedras del río en donde empieza el mundo, elevando su perfil primordial al rango de lo sagrado, a la altura desde donde todo cae y resurge.
Nada podemos amar cuando el vacío nos doblega. Nada podremos recobrar cuando el orgullo nos rebase, porque nada nos detiene, porque nada parece saciarnos.
A ella me dirijo, a la bienevocada, a la de la furia y el arrepentimiento, a la que despierta las más bellas soledades, a la dulzura lastimera, a la que resucita ante el incesante placer desnudo, a la que despierta sofocada por el amor infinito, a la sedienta sólo de sentir, a la amada con furor desde el océano de los días, y sin embargo intacta, a la efímeramente satisfecha y sin embargo eternamente en fuga como la espuma del mar oscuro, a la dueña de mi tenacidad inquieta; no ves que tu ausencia me hiere el pensamiento y aturdido despierto nuevamente ajeno a tu presencia; cuán dulce locura me despedaza sin los dardos de tus palabras, que aturdido caigo en el desvanecimiento y me duelo en el contacto con tu desprecio, en la fatiga de estar a solas conmigo, cuán dolorosamente danzas en mi alma, como en el sueño hallado en que me hundo, con la crueldad de tu infinito recuerdo a cuestas, te siento ajena en la impureza de mi conciencia.
En el levantamiento de altares sensoriales, por fin se despliega un vuelo ininterrumpido, el encanto trémulo de tus labios, la contemplación ciega de tus tersas manos, tu cuerpo endeble que se agita fuera de toda lógica, palmo a palmo; déjame permanecer junto a ti, deja que continúe adivinando el contorno intrínseco de tu faz ensimismada; déjame continuar a tu lado siempre, aunque no estemos abrazados, aunque no puedas entender la falta que me haces, aunque no puedan sobreponerse mis versos al infortunio de tu alejamiento.
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