18 febrero 2010

Fragmentos a la deriva IV


En las palabras más llanas se vierten mil sentidos, se van sumando en la recóndita fuente de la memoria, van llenando vastos espacios en blanco.
           
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Hay parajes con cierto encanto, sitios destinados a recrear el espíritu, a nutrir la paz interior que se vuelve dulce remanso en la contemplación de horizontes coloridos.

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A campo traviesa vamos dando con lugares mágicos que albergan la fuerza inédita de acercarse al centro de lo desconocido.

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Nos adentramos al umbral de los paraísos artificiales y las texturas que rivalizan para captar la atención de la mirada que se asoma impávida, pero que confirma también la fugaz hazaña.

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Los excesos a veces nos confunden haciéndonos creer que el universo gira alrededor de nosotros mismos. Qué ilusos.

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Nos persigue el tiempo y nos enfrenta con nuestras deudas pendientes; viaje en el que nos vemos envueltos sin quererlo.

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¿Cómo decimos lo que pensamos sin que los demás se ofendan y sin traicionar impunemente a la verdad?

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¿Por qué es más fácil dejarse llevar por las apariencias y juzgar a los demás en primera instancia, negándonos al conocimiento?

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¿Cómo no herir susceptibilidades en el encuentro con el otro, en la complicidad de vernos reflejados en otro par de ojos?

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Acertamos en el registro de los instantes que acompañan la sensación ufana de sabernos únicos en el acto suntuoso de mirarnos en el espejo.

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Poesía: manto de rubíes que resplandece a cuentagotas; bóveda perenne de claroscuros, aliento vital de un rumor interno.

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Súbito torbellino de sensaciones inusitadas, calor subiendo por el cuerpo inerte, oleada de escalofríos atraviesan la espalda y un dolor ligero se aloja en el nicho del alma.
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