21 julio 2009

El último libro del Doctor K

Articulista de La Jornada, el Dr. K, como le dicen algunos devotos cercanos, se anuncia ante una nutrida concurrencia con su último libro bajo el brazo. Le tiene fervor a Cioran, ese que se auto nombró “escéptico al servicio de un mundo agonizante”, pues su pasión por la vida también desemboca en el filósofo de siempre, suma de una secuencia de perplejidades.

Hacedor de frases lapidarias, Arnoldo Kraus se desdobla en una serie de matices con cada juicio, en cada reflexión, en cada sentencia antropológica que recopilan sus escritos. Verbigracia: “el momento en que la muerte espiritual abrace a todos los humanos, el mundo se volverá frío”. Sin embargo, es capaz de asegurar ante los demás que se considera un “devoto de la duda”.

Su libro, UNA LECTURA DE LA VIDA. La enfermedad y sus caminos, reúne el trabajo sistemático de un hombre dedicado a la medicina, otra más de sus facetas, y a la búsqueda de una perspectiva humanística que rompa con la triste constante de dicha profesión.

Tocando problemáticas substanciales como el SIDA, el aborto, o el prejuicio de asociar enfermedad y pecado, la forma en que disecciona esos temas es admirable. De primer orden por ser poco común. Porque, como explica Carlos Payán en la presentación, sus textos no son, en esencia, una lectura de vida, sino una lección de vida.

La afición literaria de Carlos Monsiváis, quién también asistió a la Casa Lamm para acompañar al Dr.K –camarada de tantos años–, le ha permitido cultivar un acercamiento a sus ensayos y a su amistad.

Poseedor del récord olímpico mundial como asistente a presentaciones de libros, Monsiváis dice: “su libro es individual y colectivo, ya que a través de su encuentro con otros, crea un diálogo con el lector”.

Y es que la maquina textual de Arnoldo Kraus es, ante todo, la obligación de vivir el Hoy como la desviación a la entrega fatídica de la muerte. Su lectura revela indignación y protesta ante la insultante página en blanco, que hay que llenar letra tras letra, a través de la crítica aguda, pues como decía G. Deleuze, “el escritor como tal no está enfermo; es el médico de sí mismo”.
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