14 septiembre 2006

BITÁCORA DE SOBREVIVENCIA VIII Talón de Aquiles

No veo el día en que pueda titularme. Hace más de tres años que salí de la universidad y aún siguen pendientes los trámites para conseguir dicha hazaña. El hecho de ser pasante a estas alturas me preocupa en demasía. Aunque muchos de mis compañeros de generación viven las mismas circunstancias y sólo unos cuantos han logrado presentar con éxito su examen profesional, eso no me sirve de consuelo.
Ser licenciado ha sido siempre la máxima meta que uno podría alcanzar, más allá de continuar en la academia y prepararse para obtener un posgrado. Pienso en todas las incongruencias que existen en nuestro sistema educativo y siento envidia al enterarme del método que llevan a la práctica algunas escuelas privadas, donde el alumno destacado que mantiene un buen promedio durante toda la carrera, ya no necesita realizar la mentada tesis que de cuenta de sus conocimientos adquiridos.
Así, el desafío de tener buenas calificaciones resulta un enorme aliciente para los estudiantes que, al concluir con todos los créditos obligatorios, gozan el beneficio de recibir sus documentos sin mayores exigencias.
Pero por desgracia, ese no es mi caso y el sueño de emigrar a otro país en busca de mejores condiciones de vida se ve opacado por la falta de un titulo profesional. Inicialmente tuve el ofrecimiento de ser corresponsal en Madrid, España, por parte del Club de Periodistas.
Cubría todos los requisitos, menos el más importante; estar titulado. Más tarde un amigo me contó su idea de viajar a Australia, lugar donde las oportunidades de trabajo en el ámbito de las comunicaciones son formidables. Decidí darle crédito a sus palabras y me dispuse a recabar información al respecto.
De inmediato me topé con una página electrónica donde se mostraban una serie de testimonios interesantes. Descubrí que un sinfín de latinoamericanos han cruzado sus fronteras y ahora radican en Melbourne, Sydney, o Canberra. Me entusiasme bastante, al grado de llegar a imaginarme en un avión, rumbo al Océano Índico.
Pero al seguir leyendo esas historias, volví a tropezar con mi talón de Aquiles; el pavoroso estigma de seguir siendo pasante, víctima de la burocracia estudiantil y de un asesor inepto, que aún sigue revisando mi tesis, seguramente dormido en sus laureles.

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