28 diciembre 2008

Retos del periodismo cultural en el tercer milenio

Por desgracia, es una práctica común observar a periodistas sin la capacidad suficiente para cumplir con la misión de dar a conocer los sucesos relevantes que puedan ser de interés general. Es como aceptar que un corresponsal de guerra pueda cubrir un evento en las calles de una zona en conflicto desde su habitación de hotel. Ya lo mencionaba Ryszard Kapuscinski, una de las figuras intelectuales más reconocidas en el panorama internacional, en su libro “Los cínicos no sirven para este oficio”, el cual habla sobre los elementos necesarios para llevar a cabo esta profesión, identificando sus principales problemáticas en la actualidad. Siendo un gran narrador, encontró sustento bajo la consigna de estar siempre en el lugar de los hechos en el momento justo para captar lo verdaderamente relevante. A partir de su labor informativa, los lectores llegaron a conocer a un hombre cuyo objetivo de vida era dar voz a los que nunca son escuchados y comunicar los conflictos que suceden en los lugares olvidados por las bondades de la civilización. En sus reportajes se descubren los catalizadores imprescindibles que usó como herramienta para cuestionar el caos en los países del Tercer Mundo, a través de una propuesta que representa ahora para nosotros un ejemplo en la lucha en contra del olvido de los derechos humanos y la urgente resolución de las problemáticas que nos aquejan en la realidad inmediata. Ryszard Kapuscinski afirmaba cuando era joven, que estaba decidido a ser reportero de los países del Tercer Mundo, y que esto respondía a una profunda incompatibilidad con respecto a su cultura y su natal Polonia. Pero independientemente de tener la misma ideología de quienes determinan lo que sale a la luz en los ámbitos de la comunicación, cuando se tiene el convencimiento de que puede generarse el cambio, no ya del mundo entero, sino de algo, por pequeño que parezca, se cuenta con la mejor fortaleza en la batalla contra las instancias obsoletas que sólo nos dejan su cuota de ignominia. Tal es la consigna del periodismo cultural, pues el oficio de trasmitir a los demás lo que acontece a diario requiere de un férreo convencimiento para darle voz también a los pobres, a los marginados, a la gente que sufre algún tipo de discriminación en los sistemas retrógradas que se olvidan rotundamente de la equidad y la justicia social. En México las universidades coinciden en una misma preocupación; la de formar comunicadores con una visión amplia de la realidad, así como de sus distintas manifestaciones culturales y artísticas. Su iniciativa en esencia, es crear profesionales que puedan emprender una estrategia para defender los derechos de las audiencias que siguen sus medios, de tal modo que tengan en todo momento un libre acceso a la información. Cuando se trata de emplear todos los recursos del periodismo en la consecución de la noticia, se debe disponer de espacio suficiente para escribir todos los matices o los distintos enfoques de un mismo hecho. Si se carece de este espacio para difundir todas sus vertientes, la realidad queda fragmentada en un segmento de palabras que no alcanzan a retratarla con ninguna fidelidad. Respecto al talón de aquiles que padecemos los periodistas, hay que enfatizar la pugna inevitable contra el uso inadecuado que se hace del poder en las esferas públicas. Resulta una instancia crítica que debemos resolver con precaución y sin premuras, para no caer en la trampa de la mercantilización profesional, como sucede cuando se vende la información al mejor postor sin importar el daño que ocasione a terceras personas. Ligado a lo anterior, podemos detectar otro gran problema: los monopolios de la comunicación han construido un mundo propio a través de su influencia en los millones de receptores que sintonizan sus aparatos. Lamentablemente, estos medios no están interesados en reflejar la realidad en lo absoluto, sino en competir entre ellos distorsionándola a su medida sin opocisión alguna. En su tiempo, Kapuscinski analizó el actual modelo comunicativo y pugnó por la reformulación del sistema. Su profunda capacidad de análisis le permitió engarzar una dura crítica a la sociedad para proponer los pasos para la transformación necesaria. De cualquier forma, se trata de no cambiar los principios éticos con el paso de los años, ni caer en la tentación de cambiar los ideales por la comodidad de un sofá y una televisión enajenante con múltiples canales soporíferos. Hoy por hoy, necesitamos que la juventud esté mejor informada, que sea mucho más inteligente y tenga más arrojo a la hora de expresarse. Por ello, los representantes del periodismo cultural en el tercer milenio deberán ser más ágiles y maduros ante las situaciones límite para poder reaccionar mejor que quienes alguna vez los precedieron. Porque quienes están al frente de la sociedad como antenas privilegiadas, están llamados a ser los integrantes más aptos de las nuevas generaciones; por eso hay que creer más en la importancia de su labor y construir nuevas esperanzas tanto en latitudes donde padecen el desánimo por las crisis económicas, como en las regiones donde los escándalos amarillistas han acaparado abruptamente la atención de la opinión pública.
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