17 septiembre 2006

CURSOS Y DISCURSOS IV Páginas de una bitácora de vuelo

Nos hallamos, qué duda cabe, en tiempos difíciles; la mayoría de las novedades literarias resultan predecibles, efectistas o apantallantez; producto de una manufactura fríamente calculada; una literatura ampulosa y reiterativa, en la cual antes de tomar la pluma ya se ha planeado todo el marketing.
La divisa actual en la que gira todo el mundo es la especulación. Las editoriales están jugando a la bolsa de valores y sólo deciden apostar por algún título cuando saben que la brújula de las ventas se halla inclinada hacia su lado.
Pese a todo ello, los PÁJAROS DE HISPANOAMÉRICA sacuden las alas, obtienen una milagrosa elevación y se alejan de burdos intereses y consabidos esquemas editoriales.
Descritos sin petulancia, no con humildad ni sencillez, sino más bien con notable modestia, los pájaros que se remontan en estas páginas trazadas por AUGUSTO MONTERROSO, tienen como destino llegar a la máxima cúspide, es decir, a las manos de los lectores que quieran aventurarse en su última bitácora de vuelo.
Incursionando en el género autobiográfico, el contenido es una miscelánea de relatos ingeniosos que dan testimonio de las amistades y afinidades del autor con personajes como Julio Cortázar, Ernesto Cardenal, Luis Cardoza y Aragón, Alfredo Bryce Echenique, entre muchos otros escritores de nuestra lengua.
Desde las primeras líneas del prólogo, el autor advierte que los textos reunidos en su libro no son retratos; ni siquiera bocetos o apuntes, sino tan sólo los rasgos de ciertas huellas que algunos pájaros han dejado en la tierra, en la arena o en el aire, y que él ha recogido y ha tratado de preservar.
Como es natural, en los recuerdos que privilegia, hay tanto de él como de los pájaros a los que alude. Fiel a esta idea, atrapa con singular estilo el diseño multicolor de su plumaje y, sin entretenerse en la trayectoria aérea de ninguno, logra confeccionar instantáneas que forman parte de sus más cordiales encuentros.
En el índice, apunta el oficio de cada uno de ellos de la siguiente manera: Ernesto Cardenal, poeta; Manuel Scorza, novelista; pero también Juan Rulfo, fantasmólogo; Julio Cortázar, mago; Carlos Illescas, palindromista; José Durand, maniatólogo; Jorge Luis Borges, cabalista; César vallejo, moridor.
El apartado dedicado a Borges comienza con la confesión de que al descubrirlo le chocaba. Cuenta, más adelante, cómo cambió su opinión inicial acerca de él hasta llegar a sentir una gran admiración: “Debemos a Borges el habernos devuelto, a través de sus viajes por el inglés y el alemán, la fe en las posibilidades del ineludible español”.
Las experiencias y memorias que aquí se dan cita, nos acercan a través del discurso anecdótico, a los protagonistas de la literatura hispanoamericana, pero sobre todo a los afectos y simpatías que el narrador guatemalteco guardaba en el pecho.
Al final de la publicación, AUGUSTO MONTERROSO se denomina ornitólogo, y nos conduce a lo largo de sus exploraciones, descubrimientos, debilidades y manías, e incluso, nos proporciona la alegría de haber sentido las mismas vivencias; otras veces, nos demuestra lo ignorantes que somos, pero sobre la marcha nos va dando las armas para acercarnos con gozo a los desafíos de su labor.
Adivinamos allí a un hombre de nuestro tiempo; sereno al cabo de sus angustias, cauteloso sin llegar a ser jamás conservador. Un hombre de pequeño tamaño pero de gran estatura, cuyas líneas están hilvanadas en un tono humorístico y nostálgico, donde cada experiencia se convierte en materia memorable. La reunión de estos pájaros de naturaleza literaria representa, en el cambiante ámbito cultural, una feliz polifonía.

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