14 septiembre 2006

BITÁCORA DE SOBREVIVENCIA V Violentos aguaceros

Una espesa neblina enrarece la atmósfera en las primera horas de la mañana. La temperatura ha bajado extraordinariamente y los cambios climáticos, consecuencia del calentamiento global, hacen mella aquí, pero también en otras regiones.
Vivimos ahora los contrastes de las condiciones meteorológicas; en el norte del país, los calores de temporada son más despiadados que nunca, y por el contrario, otros estados resienten la furia del huracán “Emilia” que se acerca vertiginosamente por las costas del Pacífico. Las lluvias siguen causando estragos en Chiapas, Tabasco y Veracruz.
En la autopista de Acapulco hay derrumbes y en la ciudad de México se desbordó el canal de Chalco la semana pasada, como una muestra de lo que sucede año con año en las zonas más desprotegidas. Pienso en todas esas personas que viven en zonas de alto riesgo y siento una lastimosa impotencia.
Recuerdo aquella vez cuando quedamos inundados en una tremenda lluvia de agosto. Tenía menos de trece años, pero me causó tal impresión que parece que hubiera sucedido ayer. La casa que rentaban mis padres estaba construida con desnivel, hecho que nos ponía en franca desventaja cuando se presentaban los violentos aguaceros. Recuerdo estar en la ventana, llamar a mis hermanos y contemplar como lo que en un principio eran charcos iban creciendo hasta dejar las calles totalmente anegadas.
Las coladeras estaban tapadas con desperdicios y el nivel del agua iba en aumento; en los ojos de mi madre se reflejaba una desesperación nunca antes vista. Mientras tanto, mi supuesto padre recolectaba el agua que alcanzaba a filtrarse entre los cobertores que servían como dique en la entrada.
Nuestros esfuerzos fueron en vano; naufragamos en el intento, pues el agua comenzó a bullir desde la coladera del baño y de ahí a las demás habitaciones, hasta que ya no pudimos hacer nada para contener su fuerza.
Cuando mis padres trataron de reaccionar, ya era demasiado tarde. Los muebles, la ropa, los aparatos eléctricos y demás pertenencias se mojaron en unos cuantos minutos. Incluso los dueños de aquella vivienda tuvieron que ayudarnos el resto de la tarde para sacar toda el agua que se nos había acumulado. Fue un desastre, una verdadera lección de la naturaleza; un evento que no pasó a mayores y que hoy, afortunadamente, puedo contar como una simple anécdota.

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