20 septiembre 2009

Mutismo absoluto





Jamás te cruzó por la mente que pudieran secuestrarte. Salías del bar cuando te cortaron el paso, amenazaron con disparar sus armas y te rodearon hasta dejarte sin escapatoria. En seguida, te anestesiaron para dejarte inconsciente. Nadie te auxilió porque cuando te interceptaron, las calles de la ciudad estaban completamente desoladas. Desconoces a dónde te han llevado, así como el tiempo que ha transcurrido desde tu captura. 

Ahora te sientes desfallecer por la sed y el hambre, pero ni siquiera puedes moverte; tienes los brazos y las piernas atadas con gruesas cadenas. Escuchas pasos en el techo del sitio donde te mantienen recluido. Quizás sean tus captores negociando el monto del rescate. —Tan pronto me saquen de aquí, los voy a denunciar a todos y se van a refundir en la maldita cárcel— les gritas, con ganas de escupirles en el rostro. Entre forcejeos, te inyectan otra dosis de la misma droga, amenazándote de muerte si no cooperas con ellos.

Minutos después, todavía alcanzas a reconocer el motor de un automóvil que se aleja, mientras tus aullidos de dolor se pierden en aquel abismo subterráneo. Sufres el desconcierto de hallarte atrapado en los rincones de ese universo desconocido. De pronto, percibes las sombras de criaturas que deambulan sin descanso en esa fantasmal atmósfera.


Bajo el estado alucinante de la demencia, te envuelve el silbido del viento colándose por los resquicios, tan parecido a los lamentos de las almas sentenciadas. Resuenan ecos en lugares inhóspitos; te atormentan los ruidos de las ratas vagando por las alcantarillas. Eres presa del torbellino estremecedor que se acentúa en tu propia psique, perseguida por ese ejército de seres siniestros que te obligan a rezar silenciosamente.

Vislumbras una silueta abominable que yace sumergida en las profundidades de las tinieblas, pero te das cuenta que se trata del cadáver inerte de otra víctima como tú. Entonces cierras los ojos y se apodera de ti una sensación aterradora. Olores fétidos flotan desde donde nada se puede ver e inevitablemente, te sientes sofocado como si estuvieras adentro de un féretro.

Súbitamente, el equipo especial antisecuestros atrapa in fraganti a tus agresores. Derriban la puerta del sótano, te incorporan de inmediato y te liberan del encierro. Por un instante, te domina la incertidumbre, quieres correr, pero te sientes paralizado. Tan sólo buscas articular una palabra para agradecerles por salvarte. Luego de varios intentos que resultan inútiles, descubres lo peor y quedas atónito. Tus miserables verdugos te han mutilado la lengua, dejándote sumido en un mutismo absoluto.


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