26 agosto 2008

La verdad es cuestión de estilo

La verdad como tal, ha sido y seguirá siendo uno de los misterios más profundos en el pensamiento del ser humano desde el Génesis. En suma, se trata de una de las preocupaciones más arraigadas, ya que la cuestión también se ha mantenido latente dentro de la actividad periodística, consolidándose como uno de los principios fundamentales al considerar la existencia de una relación lógica con la credibilidad en los medios de comunicación. Claro, la veracidad entendida en relación directa con el prestigio siempre se da realmente cuando éstos ejercen su labor informativa con apego a la verdad o en su defecto, el público receptor termina por juzgar de acuerdo a sus intereses y aunque resulte predecible, selecciona en su momento alguna otra opción de entretenimiento que esté a su alcance. Si nos detenemos a observar rigurosamente los contenidos que se difunden en los medios electrónicos, detectaremos en mayor medida, un excesivo cambio en la presentación de los asuntos de interés social. La noticia, materia prima del comunicador, se ha convertido lamentablemente en un espectáculo cotidiano. El modo impactante, interpelativo y sensacionalista de dar a conocer lo hechos se ha imitado invariablemente en noticieros televisivos; ha tenido eco en la mayor parte del cuadrante radiofónico e incluso ha sido adaptado por periodistas de medios impresos. A partir del giro en el tratamiento de los datos, tropezamos con mentiras blancas y por qué no, con verdades negras que nos mantienen en el terreno de la incertidumbre hasta volvernos indiferentes con nuestro entorno inmediato. Insensibles al cúmulo de acontecimientos ocurridos diariamente y que se van almacenando en el inconsciente colectivo. No obstante, las evidencias son contundentes. La verdad es un valor que ha terminado por corromperse a través del tiempo. Por ello, lo que necesitamos hoy es contribuir al establecimiento de una honda visión, de una labor sistemática que nos lleve a comprender y a comprometernos con las problemáticas actuales. La verdad es cuestión de estilo; sin onomatopeyas carentes de sentido, sin obstáculos de sintaxis, sin vértigos argumentales ni enredos gramaticales. Sólo con las palabras precisas que le den voz a la otredad, pues la praxis en el arte de expresar algo a alguien, puede volver al periodismo un diálogo revelador del cual se deriven múltiples vasos comunicantes. Porque la comunicación debe ser la mejor manifestación de la libertad de pensamiento y quienes se dedican a ella, deben ser un incesante eco de preguntas, de obsesiones e inquietudes acerca de la realidad comunicativa en términos generales. En un diálogo continuo donde se creen espacios de reflexión, en una especie de juego intelectual a través de razonamientos enlazados donde se pueda constatar que no existe nada objetivo. En el que se fomente la voluntad indagatoria y la única libertad permitida sea el fehaciente encuentro de las ideas más vanguardistas.
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