17 septiembre 2006

CURSOS Y DISCURSOS I Ante la multitud de libros prescindibles

Un paseo aquí y allá por las grandes librerías para poder hojear las novedades editoriales del momento, puede presentarse como un grato recorrido aún cuando el visitante no haya comprado ninguno de esos libros, ni pretenda hacerlo jamás.
Pero ante la creciente multiplicación de libros disponibles en el mercado, ahora se ha vuelto más sencillo elegir los miles de volúmenes que servirían de combustible en caso de una crisis energética, que seleccionar los diez libros que uno llevaría como compañeros a una isla solitaria.
Es tal la variedad de temas que los ojos encuentran, tal la controversia que suscitan muchos de esos títulos prescindibles, que no sería descabellado pensar en que hubiera una clasificación en la cual se dividiera los libros entre los que deben leerse, por un lado, y los que deben evitarse, por el otro.
Oscar Wilde escribió; “Quien escoja en el caos de nuestros modernos programas los CIEN PEORES LIBROS y publique la lista de ellos, hará un verdadero y eterno favor a las generaciones futuras”.
No es necesario decir que los burócratas de las instituciones culturales que escuchan el nombre de Wilde como una lejana molestia, han rechazado la sugerencia de tallar en piedra las palabras anteriores, y se han negado a colocarlas en la entrada de todos los edificios bajo su autoridad.
Y tampoco es necesario hacer notar que, hasta ahora, ningún crítico cizañoso ha estimado importante trazar el árbol genealógico de las lecturas estéticamente prescindibles y nocivas o simplemente aberrantes. Como tampoco se ha emprendido una lista de “LA MAYOR BASURA IMPRESA DESDE LOS TIEMPOS DE GUTEMBERG”; la cual tan sólo supondría el reverso de la discutible encuesta de “LOS MEJORES LIBROS DEL MILENIO”, que con tantos bombos y platillos llena las páginas de publicaciones periódicas.
Sin duda, dichas clasificaciones serían de mucho provecho para las indecisiones de los lectores, pues les quitarían la pesadumbre de lo que aún no han hecho, para vivir con el gran alivio de saber lo que no debe importarles.
Así, incluso si persistieran en la idea de no comprar ningún libro, saldrían de las librerías agradecidos de saber que se pueden ahorrar la molestia de cansar la vista en páginas insustanciales y, lo peor de todo, innecesarias.

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