15 septiembre 2006

TRIBUTO A LA SOLEDAD XI Un caracol llamado deseo

Le dicen dolor, le dicen parto, le llaman pecado y dicen que es oscuro, pero no es sino agua clara iluminando el cuerpo, sino frutos abriéndose en la lengua, manos hundiéndose en un caracol llamado deseo, en su roja brillantez de asombro, sueños que nos atrapan, mar que nos envenena las pupilas, azul verdoso bajo infinitas estrellas donde nos vemos distanciados por una ciudad rodeada de muros acallados.
Contemplaré nuestro amor entre las gotas de lluvia, pero es como si caminara sólo alrededor de unos ojos que no me han visto nunca; bañado de arena quedo atrapado bajo una piel delgadísima, arriba las nubes negras, la tormenta que sorteamos interpretando los signos de los dioses, somos una marca suya en la tierra, quisiéramos tocarnos cada noche insomne, si nos vemos reflejados en el agua, si somos latidos en carne silenciosa, porque estamos hechos de sal, de sudor y humo, además hemos querido penetrar desde siempre en la humedad, en la luna hendida de una entraña roja, en el eco de un latido, abrazados en un nudo de miedos, deseando ser libres, sin el llanto y la penumbra, sin sentirnos culpables ante la voz omnipresente que resuena en un cielo de pecados capitales, renegando de nuestro bautismo, con el castigo del silencio que pone a temblar nuestros labios, nos quema la lengua y quisiéramos ser el mar pecho adentro, espejismo en las calles desiertas donde la espuela del instinto nos excita el pecho, luego el cuerpo tensa fríos huesos y entonces se alejan las miradas que no se reconocen en la penumbra del último resguardo.
Acaso habrá que poner las manos sobre un rostro ajeno para inventar sus rasgos, acaso habrá que buscar otra puerta despoblada donde la lluvia sea un pretexto inútil para encontrar refugio, bajo el parpadeo de un ángel mirando por la ventana, y sentir las cosquillas en el estómago antes de entregarse por completo.

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