27 noviembre 2008

El saludable vicio de la lectura

En muchas ocasiones hemos oído la siguiente declaración: “En México no se lee”. Sin embargo, podemos observar que hay muchas personas que a diario consumen una inmensa cantidad de materiales impresos. Por ejemplo los diarios, desde el deportivo Esto hasta el especializado en nota roja, pasando por los que editan un suplemento cultural serio. Revistas, historietas o comics, desde el policíaco hasta el sentimental pasando por el vaquero, el trailero y de luchadores y por supuesto las fotonovelas. Gran número de mexicanos dedican su tiempo libre a la lectura de este tipo de publicaciones. Día a día, a través de la televisión, refuerzan el hábito al consumo y lectura de revistas femeninas y de espectáculos. Todo lo anterior refleja que en México se lee, la pregunta sería qué y para qué se lee. La respuesta la daría algún investigador o algún académico y sólo sabría decir que estos lectores consumen textos que requieren un mínimo esfuerzo, además de que son desechables y que se repiten en todos los formatos posibles y con los mismos esquemas narrativos; sean estos visuales o escritos. El panorama es desalentador, pero imaginen a estos lectores frente a un poema de Jaime Sabines, una novela de Gabriel García Márquez o un ensayo de Octavio Paz y poder explicarles que la lectura es un medio para acceder a la cultura, para recrearla, que en la acción de leer se despiertan los sentidos y la imaginación, que se ejercita la memoria, que es un trabajo, pues leer cansa, pero que sobre todo es un gran placer. Placer que cada quien siente y vive desde su “morada interior”. Por esta y por más razones cada vez estoy más convencido de que debe ser un acto social, solidario, fraterno. Porque la lectura se hace viva cuando se comparte, cuando es diálogo y comunicación de ideas, cuando se hace comunitaria y cotidiana, cuando se comparte aquello que se ama para crecer con los demás... El intercambio de libros con los amigos, el regalarlos en fechas especiales, el asistir a algunos círculos de lectura o el recomendarlos cuando valen la pena seguramente sea mi única experiencia al respecto. Sin embargo, he acumulado esta experiencia informal esperando una oportunidad con quienes están realmente comprometidos en la lectura... En una visita breve a mi historia bibliográfica es posible registrar un reducido número de libros tan peculiares como sobresalientes que traspasaron las fronteras de la literatura para darme una visión más completa del mundo. Aportaron su enfoque incluyente y universal a mis experiencias cotidianas llevándolas hasta las últimas consecuencias. Mi primer acercamiento fue naturalmente en la escuela. En el salón de clases conocí los bellos relatos de Herman Hesse, C. Andersen y Horacio Quiroga. Pero cuando iba en la primaria no sabía realmente si leía por gusto o por obligación. Todavía recuerdo a ese maestro entusiasta que me contagiaba de energía a todas horas. Fue el ingrediente justo para que naciera en mí una franca inquietud por el mundo de las letras. El futbol, los juegos de mesa y los paseos en bicicleta quedaron en segundo término de un instante a otro. En todo caso y como una primera aproximación, las novelas de Verne ocuparon mis ratos libres. Aunque el tiempo haya demostrado la falsedad de muchos de sus presagios despertó en mí la sensación de lo maravilloso junto con el Mundo Feliz de A. Huxley. En la secundaria la literatura universal robó toda mi atención; Los hermanos Karamazov, Los novios, El ramayana, La dama de las camelias, La naúsea, Yerma, Romeo y Julieta, Los miserables y El avaro. A los 15 años ya había leído piezas que considero fundadoras del idioma. La diversidad de temas y la riqueza del lenguaje apareció en las páginas del Quijote, Doña Bárbara, Los de abajo, Dante, Aura y Fausto, a quienes sin duda me hubiera gustado conocer aunque Fonchito de Vargas Llosa y Gregorio de la Metamorfosis sean mis personajes preferidos. No fue fácil aceptar la necesidad imperiosa de gastar mi dinero en esos pedacitos de historia cada vez que tenía la oportunidad. Además, me convertí en asiduo visitante de las bibliotecas públicas. Allí me encontré la célebre reflexión de Gorostiza, Baudelaire, Sor Juana, Paz o la sabiduría de López Velarde, Pessoa, Nájera, Machado, o las revelaciones más hondas de Neruda, Vallejo, Lezama y Borges. De pronto estaba inmerso en un viaje sin regreso, un viaje de búsqueda que me arrojó a los eternos laberintos de la condición humana. Ahora trato de evocar la marca indeleble de algunos cuentos que bien podrían formar una antología. Pero es mejor hablar de los grandes cuentistas que de los grandes cuentos, y entonces mi lista de preferidos incluiría a Cortázar, Onetti y Rulfo; Kafka o Joyce por el otro lado; Hemingway, Bukowsky o Bradbury del otro lado de la frontera y Flaubert o Chejov por allá, entre otros. Es tal la maestría con que estos autores entremezclan su vida con sus obras, tal la perfección y el arte con el que consiguen capturar lo perdurable en medio de lo transitorio, que quizá deba aceptar que por eso estoy atrapado irremediablemente en el saludable vicio de la lectura.

2 comentarios:

América Ratto-Ciarlo dijo...

Si ustedes con tanto movimiento editorial no leen,que quedará para mis coterraneos "analfabetas funcionales", con el desorbitante costo de los libros aquí..!

Ciao

Anónimo dijo...

Definitivamente la lectura es una muy buena inversión, en nuestra cultura es poco popular el leer por el placer de leer, más bien como lo comentas es de corte informativo pues no representa mayores habilidades imaginativas yo he concoido a gente que me dice "Como es posible que imagines cosas cuando lees, estas loca" definitivamente los que leen sabran que es uno de los hobbies mas productivos que podamos tener y sobre todo los viajes mas espectaculares y gratuitos.

Ojalá nuestro país vaya poco a poco incorporandose a tan buen hábito.

Saludos

@AracelyQ

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