19 septiembre 2006
CARTAS AL VUELO VI De mi parte
Esta noche estoy solo por lo que puedo reflexionar mejor. Aprovecho para escribirte porque hay luna llena, que es como un bálsamo que siempre me tranquiliza. Resuelto a hacerte señas desde este páramo, se desprenden estas imprudencias, arriesgándolo todo, poniéndolo aquí en blanco y negro, descartando la posibilidad de platicarlo, porque ya no puedo llevarlo a solas.
Es curioso. Cuando uno está intensamente enamorado e imagina que, por algún motivo, puede sufrir una decepción, piensa que no aguantará, que eso sería sencillamente insoportable. No obstante, puede llegar a serlo. Al menos yo lo he soportado.
No niego haber pasado momentos de desesperación, en los que el resultado es una larga jornada de evocaciones multiplicada por miles de días. Sin embargo, el cuerpo pareciera ser más adaptable que la voluntad. Es el primero en acostumbrarse a otros horarios, a otras posturas, al nuevo ritmo de sus necesidades, a su nuevo hacer y su nuevo no hacer.
Si tienes una pareja, verás que es un intruso que poco a poco se va convirtiendo en interlocutor. Lo difícil es cuando las prioridades no coinciden, cuando el otro te contagia las suyas, o tú le contagias las tuyas. O también puede ocurrir que se oponga resueltamente y esa resistencia origine un choque verbal, un enfrentamiento.
En esos casos, la condición de estar inconformes exacerba los ánimos, hace pronunciar agravios irreparables que enseguida agudizan su significado por el mero hecho de que la presencia del otro es obligatoria y por tanto inevitable.
Es entonces cuando esa compañía que se vuelve embarazosa y tensa lo deteriora a uno mucho más, y más rápidamente, que una absoluta soledad. Por eso, uno se desacostumbra para no caerse en pedazos, para no derrumbarse, aunque luego, la reconciliación aparente ser inadmisible.
Yo creo saber lo que poseo, pero me cuesta trabajo entrar en los pliegues de esta historia, en las carencias que me conducen directo al desamor. Y es que sólo nos limitamos a dos respuestas posibles, aunque bien sabemos cuántos matices puede haber entre una y otra.
De modo que no tengo respuesta a ningún cuestionamiento tuyo, sencillamente porque carezco de tus preguntas. Pero yo sí tengo algunas que, dicho sea de paso, no te formulo para no tentarte a que (en broma, o lo que sería más grave, en serio) me digas: “ya no”.
¿Será que la mujer, para mantener firme su amor, precisa, más que la existencia, la presencia física del hombre? No es un secreto ni una revelación. No lo había comprendido, pero lo confirmé cuando vi en tus ojos complacientes la dimensión de nuestra derrota, que no será total, pero es derrota.
Aunque temo que debo confesarte que pese a mi capacidad de adaptación, ni mi cuerpo ni mi ánimo se han acostumbrado por completo a tu lejanía porque hasta hoy, no necesito esforzarme en armar un biombo para pensar en ti.
Siempre hay momentos del día, en que tus recuerdos me zarandean y todas tus imágenes se concentran en tu cuerpo y en el mío haciendo el amor. Aunque eso no siempre me hace bien porque pasa a ser una constancia dolorosa de tu ausencia; o de la mía.
Cuando recapitulo, nos veo en un silencio a dos voces, pronunciando lacónicos monosílabos para llenar nuestros encuentros de pretéritos mutuos donde no hay nada que explicar; donde las manos deseosas pueden andar sin palabras, y llegar a ser elocuentísimas al remolcar su convoy de sobreentendidos.
Primero disfruto en el vacío. Gozo angustiosa y mentalmente. Luego me deprimo y como consecuencia del desaliento ando cabizbajo. Así que para salir a flote me obligo a incorporar otras reminiscencias que también nos atañen, que son tan valiosas y decisivas como el roce de nuestros cuerpos.
Cómo me gustaría caminar por las calles que recorres, para tener ahora algo en común contigo... Sabes, quizá debería borrar esta última frase, por pensar que estoy dolido acaso, de alguna extraña manera, por culpa tuya.
Con la franqueza miserable de verte a través de los barrotes de un amor ajeno, me siento estrujado, perdido. Como jadeante, pero sin jadeo. Como si me viera desde lejos en un escaparate, y mi propia imagen fuera la de un maniquí, que para hacerlo más ridículo, únicamente le hubieran dejado puesta una corbata.
Si la frase sobrevive, te darás cuenta cómo añoro esa suma de circunstancias que nos mantenían juntos. Yo mismo me asombro de no tacharla, aunque si para ti es un vano intento que no debiera sobrevivir, no te preocupes. Sólo date besos y besos, de mi parte.
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