11 abril 2010

Mundo paralelo


Nube le hacía honor a su nombre. A sus quince años, le bastaba con cerrar sus melancólicos ojos, para abrir los del alma. Entonces se dejaba llevar, relajándose por completo en esa dimensión donde las leyes de gravedad actuaban de otro modo. Y es que si ella lo disponía, era capaz de levitar por los aires.

De repente, sus pies se iban elevando hasta conseguir cierta altura, extendía los brazos cual si fuera un ave de alas amplias y recorría parajes inexplorados guardando en su memoria hermosas vistas panorámicas. Era fantástico volar en medio de colinas montañosas, surcando desde esa distancia las tormentas hasta mirar los océanos como una diminuta piscina.

Desde allí podía ascender hasta la luna llena, mantenerse flotando con cierto asombro y sentarse encima de algún cráter para contemplar el ancho horizonte, mientras acariciaba la textura de su brillante superficie. Eso le permitía sentirse libre, independiente y si así lo deseaba, a salvo de cualquier tipo de obstáculos.  

Definitivamente, no le gustaba el mundo en el que vivía. Era mejor huir de la violencia, de la inseguridad de las calles, las malditas guerras y de su cruda realidad cotidiana; esa gris habitación de paredes heladas cuyos rincones estaban repletos de quejas, frustraciones y montones de objetos en desorden. Es por eso que cada noche volvía a sentirse cerca del cielo, en el satélite natural del planeta tierra, más allá de la brumosa atmósfera, rodeada de sombrillas imaginarias y mariposas amarillas. 

Pero al abrir los ojos, estaba de nuevo en su sitio, custodiada por los barrotes oxidados de su ventana, rumiando el recuerdo de Lluvia, su hermana gemela, quien meses antes la había abandonado para siempre al ser atropellada por un auto. 

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